La población desconfía del organismo, al que achaca casi todos los males pasados
10 may 2018 . Actualizado a las 07:17 h.Llevaba el presidente Macri dos años y medio prometiendo que no se rendiría. Que jamás pediría la ayuda del FMI, el terror de los argentinos. No ha podido ser. Asediado por los mercados -los mismos que en el 2015 aplaudieron su llegada y devolvieron al país el crédito perdido a manos de los Kirchner-, no le ha quedado otra que sacar la bandera blanca. Y ahora negocia con los de Washington un crédito que todo el mundo da por cierto que rondará los 30.000 millones de dólares (25.300 millones de euros).
Mal asunto. Pocas cosas hay en el mundo que despierten más temor en un argentino que el FMI. Para ellos -y para muchos también a este lado del Atlántico, para qué engañarnos- es sinónimo de sinsabores. Y de sacrificios. Nadie allí ha olvidado los muchos ajustes que hubo de hacer el país en los noventa a instancias del Fondo, para, al final, acabar desembocando en una crisis brutal. La más voraz de su historia reciente. La del 2001. La que precipitó la negativa del FMI a desembolsar el tercer pago de los 38.000 millones de dólares que había acordado prestarle al Gobierno de Fernando de la Rúa para sostener la paridad de un peso-un dólar, que heredó de Carlos Menem y su famoso ministro Domingo Cavallo, el padre de la dolarización. Aquella que llevó a la pobreza a más de la mitad de la población, acabó con los ahorros de todos presos en un corralito y devaluó el peso más de un 400 % en apenas unas semanas. Malos recuerdos. Los peores.
De ahí el recelo y la desazón que recorren el país desde que Macri anunció su decisión hace dos días. Porque casi nadie en Argentina se cree que la llegada del FMI vaya a arreglar las cosas. Más bien las empeorará. Eso es lo que piensan la inmensa mayoría de los ciudadanos argentinos, que parecen no querer ver cuánta culpa de esa y de las otras crisis tuvieron las políticas de sus Gobiernos. Seguro que más que el Fondo.
Tampoco los mercados creen que la ayuda del organismo vaya a ser la cura para todos los males que aquejan a la economía del país austral. Llevan meses exigiendo a Macri ajustes. Y no va a ser fácil contentarlos. De momento, parecen calmados. Pero que no se fíen.
El dinero del FMI les dará algo de oxígeno a las finanzas argentinas, pero no va a borrar de un plumazo sus debilidades.
Pero ¿cómo ha llegado Argentina a esta situación?
Todo está relacionado esta vez con la subida de los tipos de interés en Estados Unidos. Los bonos americanos ofrecen ahora rentabilidades más jugosas. Y el dinero llega en masa buscando ese calor. Parte de esos fondos estaban invertidos antes en activos de las economías emergentes. Y su salida está devaluando las divisas de esos países. Les pasa a todas. Pero Argentina está en el centro de la diana. El peso es la moneda que más valor ha perdido desde que empezó el año, en torno a un 20 %, el doble de lo que ha caído, por ejemplo, el real brasileño.
Esa huida del dinero hacia activos estadounidenses está acelerando también la caída de los precios de la deuda de los emergentes y encareciendo, por tanto, sus costes de financiación. En resumidas cuentas, que tienen mucho más complicado el acceso a los mercados.
En Argentina, además, la cadena se ha roto por el eslabón más débil: la moneda. Que nadie pierda de vista que, en cuanto barruntan la inestabilidad, los argentinos abandonan su divisa y corren a refugiarse en el dólar, añadiendo con ello más leña al fuego en el que arde el peso.
¿Por qué desconfían de Argentina los mercados?
No creen que, tal y como están las cosas, Macri sea capaz de poner en orden las finanzas del país. Se enfrenta a un déficit creciente y lo está financiando con un gran endeudamiento externo mientras va lentamente reduciendo algunos gastos y aumentando otros. Este año necesita unos 30.000 millones de dólares solo para cubrir vencimientos de deuda.