El infierno laboral de las «kellys» gallegas: 27 habitaciones por día a 2,50 euros

l. vidal REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

Dos camareras de piso relatan cómo se ha deteriorado el empleo con la externalización

15 sep 2019 . Actualizado a las 18:41 h.

«Estamos hechas polvo, seguimos trabajando a fuerza de pastillas». «Cuando por la mañana te pasan la lista de trabajo te das de cabeza contra la pared». «Siempre vamos contra reloj». «A mí me han robado la salud». Son algunos de los testimonios recogidos en el libro de Ernest Cañada Las que limpian los hoteles. Historias, muchas veces ocultas, de una precariedad laboral agudizada en los últimos años por el fenómeno de la externalización. Pocas víctimas se atreven a dar la cara. «Hai moito medo», reconoce Isabel Montenegro, de 63 años, que vivió en sus propias carnes las consecuencias de alzar la voz.

Natural de O Grove, empezó a trabajar como camarera de piso en el año 81, «con vinte e poucos, acabada de casar», en una de las grandes referencias hoteleras de aquel momento a nivel nacional, el Gran Hotel La Toja, donde ya estaba empleado su marido.

«Tiven que deixar de traballar este verán por unha alerxia derivada do uso de produtos químicos»

Una época dorada que se vio ensombrecida por nubarrones que le restaron brillo. «Viñeron unha serie de cadeas. Os novos donos case nos prometeron que nos ían levar o soldo á casa sen ir traballar, pero eu desconfiaba». Andaba bien de olfato. En el 2015 llegó un ERTE (expediente de regulación temporal de empleo) y los primeros despidos. En esa época cobraba 850 euros por una jornada de 8 horas. «Negueime a ser fixa descontinua e botáronme», recuerda Isabel, que fue a juicio y ganó. No quiso regresar. «Reducíronlles o tempo de traballo ás miñas compañeiras. Agora van cinco meses ao ano».

Ratios abusivos

Denuncia que las empresas externas han introducido factores como el estrés, la tensión o la competitividad insana, impuesta desde arriba. «Os empresarios están escollendo cantidade antes que calidade. Non se lle está dando ao cliente o que paga polo cuarto. Sei de camareiras que teñen que facer ata vinte e sete cuartos nun día, saídas incluídas -las que se preparan una vez realizado el check-out, y que llevan más tiempo-. Páganllas a dous euros cincuenta. É un abuso», denuncia Isabel, que admite no haber pasado por semejantes ratios. «En establecementos con moqueta e ducias de amenities, por exemplo, é imposible facer un cuarto en quince minutos». Y si los clientes ponen de su parte, claro. «Hai xente que deixa ata preservativos usados no cuarto, roupa interior, comida, botellas, que tes que apartar as cousas cos pés», protesta. Isabel muestra añoranza por los viejos tiempos. «Nin as grandes estrelas se comportaban así nin tiñan peticións extravagantes. Viñan políticos, como Kissinger, empresarios como Rockefeller... Só os distinguías pola escolta que levaban».

Por no hablar del escaso margen para la protesta. «Hai gobernantas que vixían e impoñen vetos como represalia. Unha rapaza de Tenerife que participou en mobilizacións tivo que poñerse a traballar nun supermercado porque non a collían en ningún hotel».

Retirada por enfermedad

Así que Isabel se quedó sin ocupación de un día para otro y rozando los sesenta. «Arrisquei moito, pero non estaba disposta a botar pola borda toda a loita polos nosos dereitos». En julio colgó las botas por enfermedad. «Teño asma empeorada por unha alerxia derivada do uso e exposición continuada a produtos químicos. Naqueles tempos mesturabas amoníaco con todo. Danme crises moi grandes e non podo respirar». Aunque la bursitis o el túnel carpiano están reconocidas como enfermedades profesionales, otras muchas que padece este colectivo, fruto de movimientos repetitivos de brazos y hombros, no. «A maioría temos hernias de disco».

Le quedan dos años para retirarse. «Prexubilarme non podo porque non teño suficientes anos cotizados, e iso que levo 33, así que nada, agora a ver se me poden dar a axuda de 430 euros -para desempleados mayores de 52 que agotan su prestación-, porque en vinte días remato o paro». Aunque parada nunca está. «Son un cu inquedo»

Montse Arca, mitad donostiarra mitad gallega -lleva afincada en Santiago desde el 93-, no tiene palabras suficientes para agradecer a Isabel el apoyo recibido durante su particular viacrucis. «En agosto del año pasado participé en una manifestación para exigir mejoras laborales. Fuimos pocas y algunas, llevaron la cara tapada. Al día siguiente me echaron sin ninguna explicación».

800 euros por 36 horas

Acabó cobrando una indemnización por despido improcedente. «Estaba en fraude de ley porque yo había firmado un contrato por un número de horas y hacía el doble». Sus condiciones habían empeorado con la entrada de una empresa externa. «En el último mes libré dos días». Pasó de percibir 950 euros por 32 horas semanales a 800 por 36 horas, incluidas pagas prorrateadas. «Te disfrazan el sueldo con extras y demás porque no te pagan el mínimo estipulado por convenio, y cotizas poquísimo, sobre quinientos euros», afirma Montse, que se acuerda de las que se han quedado: «Las han bajado de rango, y como no quieren indemnizar, les están haciendo la vida imposible para que se vayan por su propio pie».

«Las empresas externas contratan a gente sin formación que no sabe ni cómo coger una sábana»

Ahora ella está fuera. Ha elegido el otro bando para seguir la lucha contra la precariedad. Con su socia Lidia, otra kelly, ha montado su propia empresa de limpieza de establecimientos hoteleros, Welcome Services Limon. «Los inicios son duros, estamos trabajando muchísimo, pero no nos podemos quejar». 

Esta kelly, ahora autónoma, denuncia también la creciente tendencia a contratar gente sin experiencia «y lo que es peor, sin formar. ¡Algunos no saben ni cómo coger una sábana!. No puedes tener una plantilla entera de formación para ahorrar costes».

¿Y el cliente de un hotel? ¿Es consciente del sudor y esfuerzo que derrochan estas mujeres? «Me he encontrado de todo. Gente fabulosa, habituales con los que llegas a entablar una amistad, pero también quien cree que eres la chacha». La cara y la cruz. «Hombre, hay gente que hasta te hace la cama. Pero otra muy cochina. Tienes que sortear maletas ciscadas por el cuarto, y con cuidado de no tocar objetos personales. Yo siempre he tenido pánico a que me acusen de robo si falta algo». Nunca ha ocurrido.

«¿Y si parásemos todas?»

Montse recuerda un paro del colectivo de kellys en Bilbao y cómo los clientes se posicionaron de su lado durante la protesta. «El hotel les dio tapones para que no nos tuviesen que escuchar y ellos denunciaron en redes sociales que lo que tenían que hacer en dirección era darnos unas condiciones dignas de trabajo». Se confiesa revolucionaria pero entiende que otras no den el paso. «Mucha gente depende de ese sueldo para vivir, y a lo mejor públicamente no expresan lo mal que lo están pasando». Se saben parte de un eslabón fundamental dentro de la estructura hotelera. «Imagínate que hubiese una huelga a nivel nacional de dos días en agosto. ¡Hundes a más de un hotel!», exclama.

Aunque Montse solo lleva cinco años como camarera de piso, su cuerpo ya se resiente. «Voy dos veces al mes al fisio. Estoy con medicación para las cervicales. Todas acabamos hechas polvo. Levantamos muchos pesos, colchones de camas XXL. Es un mundo muy esclavo. Cada día de tu vida llegas a casa baldada».