Los inversores huyen de la deuda americana tras la rebaja de «rating» de Moody's

c. a. MADRID / COLPISA

ECONOMÍA

La Bolsa en Wall Street
La Bolsa en Wall Street BRYAN R. SMITH | AFP

La rentabilidad del bono a 30 años del país supera el 5 % por primera vez desde el 2023 y vuelve a tensionar el mercado que obligó a Trump a replantearse su política arancelaria

19 may 2025 . Actualizado a las 18:05 h.

Vuelve la tensión al mercado de deuda americano. La decisión de la agencia Moody's de arrebatar el rating Triple A (la nota más alta) a Estados Unidos ha vuelto a poner sobre la mesa la desconfianza de los inversores sobre la primera potencia mundial. No solo por el impacto económico de la guerra comercial.

Aunque el ajuste propinado por la firma de calificación de riesgos —la única que aún no había rebajado la nota de la deuda norteamericana— sea meramente simbólico, también pone de relieve el enorme desafío fiscal al que se enfrenta el país, inmerso ahora en negociaciones para una nueva hoja de ruta de ingresos y gastos que, si se cumplen las promesas de Trump, anticipa un mayor agujero en las cuentas públicas.

Esa perspectiva provocó ayer una nueva ola de ventas que hundió el precio de los bonos americanos a 30 años, disparando su rentabilidad (que se mueve de manera inversa) por encima de la barrera del 5 % por primera vez desde agosto del 2023.

«La rebaja de Moody's no sorprende, pero se produce en un entorno delicado y recuerda a la comunidad inversora, una vez más, que la dinámica fiscal actual de EE.UU. no es sostenible a largo plazo», apunta Darío Messi, responsable de renta fija en Julius Baer. El interés de los bonos a diez años —principal referencia del mercado—- también superó el 4,5 %, como en los momentos más tensos del mes abril, en pleno estallido de la tensión comercial que desató una auténtica huida de activos americanos que hasta entonces habían sido considerados como un refugio frente a las turbulencias.

Precisamente, aquellos episodios de tensión fueron los que provocaron que Donald Trump aflojase en su agresiva política comercial para abrir la puerta a negociaciones. El motivo es evidente. Los bonos son emisiones que los Estados o las empresas utilizan para financiarse en el mercado. Y la rentabilidad marca lo que exigen los inversores para comprar esa deuda. Es decir, cuanto más alta, peor para colocar las emisiones a precios razonables y peor también para la evolución de la deuda. Pero ni por esas.

Los inversores han decidido reducir su exposición a EE.UU., cada vez más conscientes de los elevados niveles de déficit y de deuda en el país, así como del aumento del coste por el pago de los intereses de esa deuda.

Impacto presupuestario

«Desde los estruendosos anuncios del Liberation Day, la mayor parte de las clases de activos ha borrado los violentos movimientos de comienzos de abril. ¿Todas? Menos dos: el dólar y los bonos estadounidenses a largo plazo», apunta Clément Inbona, gestor de fondos en La Financière de l'Échiquier. «Esta situación pone de relieve, por un lado, la desconfianza hacia el billete verde y, por otro, los temores que despierta la sostenibilidad de la deuda estadounidense», insiste.

El gestor apunta a que «entre el 2022 y el 2024, con un déficit anual medio de más del 6 % respecto al PIB y un crecimiento del 2,7 %, la economía estadounidense pareció estar dopada con déficit público, como un ciclista a finales de los años noventa». Es aquí donde observa el otro gran problema: el lastre de los intereses que no deja de aumentar: de una media del 1,5 % durante dos décadas, se ha disparado desde la crisis de inflación posterior al covid y supera actualmente el 3 % del PIB. Así, y en plenas negociaciones para las líneas maestras de su plan presupuestario para el 2026, bautizado por Donald Trump como Big Beautiful Bill, se teme por la evolución de los ingresos —por la esperada caída del consumo y las rebajas de impuestos— y de los gastos.

«Con una deuda total próxima al 100 % del PIB y un déficit estructural elevado que podría agravarse aún más, no se puede descartar el riesgo de que el Big Beautiful Bill se transforme en una gran y hermosa factura que estreche un poco más el cerco sobre la deuda pública y obligue a la administración federal a una gestión más rigurosa», apuntan los analistas.