Pedro Sánchez, el «patito guapo» que se creyó infalible

Tomás García Morán
Tomás G. Morán REDACCIÓN / LA VOZ

ELECCIONES 23J

Pinto & Chinto

«Lleva toda la vida escuchanbdo lo guapo que es, y siempre tiene que estar recordando que es doctor en Economía», explica una de las personas que ha trabajado con él

21 jul 2023 . Actualizado a las 17:02 h.

«Pedro Sánchez ha hecho muchas cosas bien, pero ha cometido fundamentalmente dos errores: El primero ha sido creerse un ser infalible. No saber escuchar y matar al que le decía algo que no quería oír. Y el segundo, no contarle a los españoles los cambios de opinión. Ha minusvalorado a la gente, pensando que no tiene memoria y traga con todo. Y al dejar crecer esa bola de persona poco fiable, ya nadie cree una palabra de lo que dice». El diagnóstico lo hace una persona que ha estado en las tripas del sanchismo desde que todo su equipo cabía en una furgoneta, y que sigue teniendo hilo directo con la sala de máquinas de Ferraz. Para entender las causas de esa personalidad autosuficiente, desconfiada, narcisista y en ocasiones temeraria hay que profundizar en las raíces de una biografía trufada de hechos inverosímiles. Su historia, explica un periodista que lo conoce bien, «no es el manual de resistencia que él quiso retratar en las memorias que publicó nada más llegar a La Moncloa. Es una montaña rusa de casualidades a las que ha ido respondiendo lanzándose al vacío y cayendo siempre de pie».

Pedro Sánchez Pérez-Castejón nació en Tetuán, un barrio acomodado de Madrid, en 1972. Su juventud podría ser un retrato robot de su generación, la de EGB, los ahora llamados boomers. Estudió en un instituto público, jugó a baloncesto hasta las puertas del profesionalismo —él mismo recuerda que era muy malo—. Después se licenció en Económicas, fue de los últimos en hacer la mili y le tocó salir al mercado laboral en los estertores del felipismo, con una tasa de paro cercana al 25%. En su primer trabajo, en una asesoría fiscal, le pagaban 40.000 pesetas en negro. Así que la falta de mejores oportunidades le llevó a probar fortuna en el extranjero. Primero a EE.UU., donde aprendió inglés. Luego a Bruselas, donde se enroló en la maquinaria comunitaria del PSOE, como asesor del Parlamento Europeo primero y como jefe de gabinete del Alto Representante de la ONU para la guerra de Bosnia, en 1999. Pero en el cambio de siglo el amor, Begoña Gómez, una joven licenciada de márketing tres años más joven que él, se cruzó en su vida y decidió regresar a España.

Volvía con un currículum impecable pero el PSOE vivía sus horas más bajas. Eran los años dorados del aznarismo y Sánchez encontró trabajo como director de relaciones internacionales en la OCU. Y en ese momento se produjo la primera casualidad que marcaría su carrera. Como muchos jóvenes del socialismo madrileño, se apuntó a echar una mano como delegado de un desconocido Zapatero en el congreso del año 2000 que iba a beatificar a José Bono. La victoria de ZP le abrió las puertas de Ferraz, donde ejerció como asesor de economía. Y le reservó un puesto en la lista para Madrid para las municipales del 2003, en las que se quedó fuera. Pero un año después, nueva casualidad, una concejala dimitió y Sánchez ocupó su lugar. Llegó al Congreso de los Diputados en el 2009, de nuevo por una renuncia, la del ex ministro Pedro Solbes. En la siguiente legislatura, en el 2012, mejoró su puesto en la lista, pero el desplome de Rubalcaba le volvió a dejar sin escaño y fue el momento en el que decidió dejar la política. Ya tenía dos niñas con Begoña, Ainhoa y Carlota, necesitaba una estabilidad económica, así que se dio de alta como autónomo para hacer trabajos de consultoría, terminó su polémica tesis doctoral y empezó a dar clases en la universidad.

Hasta que un día, en unas vacaciones con la familia, recibió una llamada que cambiaría su historia. Y también la de España. Cristina Narbona dejaba libre su escaño en el Congreso y le daban 24 horas para aceptar el cargo. Otra vez. «Esa misma noche le dije a Begoña que si volvía tenía que ser para hacer algo grande. Ese día decidí prepararme para competir en las primarias», explicó posteriormente en una entrevista. Dos años después era secretario general del PSOE.

Su llegada al cargo fue fruto de otra casualidad. El socialismo post Zapatero resistía solo en Andalucía. La duda no era si Susana Díaz iba a dar el salto a Madrid, sino cuándo. Y en el 2014, cuando Rubalcaba decidió retirarse, el viejo socialismo andaluz, con Felipe al frente, diseñó una operación para detener a Eduardo Madina. Se trataba de poner a alguien que le guardara el sitio a Susana, y aquel chico alto, guapo y bien educado daba el perfil. A Díaz se le atribuye una frase que retrata el peor error que han cometido todos los enemigos de Sánchez, que es infravalorarlo: «El chico no sirve, pero nos sirve».

Su primera etapa al frente del PSOE acabó de forma abrupta. Pronto se vio que no iba a ser un pelele. En sus primeras elecciones empeoró a Rubalcaba, apenas 90 diputados, pero tuvo la osadía de presentarse a la investidura, después de que Rajoy declinara el ofrecimiento del Rey, y forzar una repetición electoral. En el regreso a las urnas, Rajoy pasó de 123 a 137 escaños y Sánchez cayó hasta los 85. Con un Parlamento cada vez más atomizado, y un país ingobernable, todos los focos se pusieron en él. Fue cuando acuñó el «no es no» y acabó siendo lapidado por el Comité Federal del PSOE para que Rajoy pudiera gobernar.

De nuevo infravalorado, fue cuando decidió coger su Peugeot 407 y recorrer España convenciendo al segmento más joven del PSOE. Aquella batalla interna, esta vez sí, contra Susana Díaz, se saldó con una victoria de Sánchez por más del 50% de los votos. Era mayo del 2017 y un año después, aprovechando que un juez dictó la sentencia del caso Gürtel y condenó al PP, se lanzó a la piscina de una moción de censura en la que solo él vio que había agua. Y así llegó a La Moncloa.

Un ex alto cargo del socialismo gallego considera que es imprescindible conocer toda esta historia para entender el carácter de Sánchez: «Es inevitable que sea desconfiado. Se le ha considerado un líder ilegítimo, incluso un presidente ilegítimo, desde el primer día. Empezando por su propio partido. Nunca se ha sentido valorado. Tiene el síndrome del patito guapo. Lleva toda la vida escuchando lo guapo que es, y siempre tiene que estar recordando que es doctor en Economía».

Todo lo ocurrido en los últimos cinco años han forjado aún más ese carácter. «Su obsesión desde que llegó al Gobierno era ser diferente a Rajoy —explica una persona que trabajó con él en el primer equipo de Moncloa—. Su modelo es Macron. Es ambicioso, inconformista. Prefiere equivocarse a no hacer nada. Y no conoce el miedo. En algunas decisiones puede llegar a ser temerario. Cuando nos tocó lidiar con el covid, todos estábamos en estado de shock menos él, que seguía tomando decisiones con la misma frialdad».

Esta forma de ser le ha granjeado una fama de ser despiadado. Un ejecutor que toma decisiones sin pensar en los daños colaterales. «Ha ido laminando a todas las personas que le ayudaron a llegar a La Moncloa —Ábalos, Lastra, Carmen Calvo, Iván Redondo—, y se ha quedado sin apoyos, cada vez más desconfiado. La gestión es buena, pero como el único que la defiende es él, nadie le cree», explica alguien que ha trabajado muy cerca de Sánchez en Bruselas. Aunque, su determinación también ha sido muy positiva en algunos casos: «Ahora ya se nos ha olvidado, pero cuando pensamos que el covid era el fin del mundo, él defendió muy bien el pabellón español y fue la figura clave para sacar adelante los fondos estructurales. Su equipo no lo supo vender, y el tanto se lo apuntaron los italianos. Pero yo estaba allí y fue Sánchez».

«El caso es que él no se ha dado cuenta de lo mal que cae a una parte muy grande del electorado hasta la noche de las municipales —explican las mismas fuentes—. De hecho, hizo el adelanto electoral por el cabreo que se pilló, para intentar remontar, pero sobre todo para humanizar su imagen». Está por ver si lo ha conseguido o si ya es demasiado tarde.