El debate de la nada que perdieron los ciudadanos

ELECCIONES 2016

benito ordoñez

Pedro Sánchez no aclara la pregunta del millón y el escenario es perfecto para unas nuevas elecciones. Pero algo tiene que cambiar, porque unos terceros comicios serían letales para la democracia

14 jun 2016 . Actualizado a las 19:58 h.

1. El debate de la nada que perdieron los ciudadanos

No hubo un ganador claro. Pero los perdedores fueron los ciudadanos. Es triste, pero el primer debate a cuatro de los candidatos a La Moncloa de la democracia no sirvió para nada, no aclaró los pactos ni dio pistas a los indecisos. Un gran fiasco. Los mismos argumentos, las mismas actitudes, los mismos vetos que impidieron formar Gobierno tras el 26J. A Rajoy le valió ser Mariano Rajoy en estado puro para salir vivo. Pero es que no podía ser de otra forma. El encorsetado formato propiciaba los monólogos y el presidente en funciones llevaba el argumentario bien preparado. El mismo de siempre. Solo Rivera le sacó de sus casillas. Dentro de un orden. Cuando le acorralaron se zafó tirando de experiencia e ironía. No ganó pero tampoco perdió. Suficiente. Pasó el trago. Sánchez insistió en hablar del Gobierno «del cambio» que pudo ser y no fue por culpa de Rajoy e Iglesias. La teoría de la pinza puesta al día. Un mensaje eficaz solo para convencidos de antemano. Su obligación de pelear con ambos le restó eficacia. Pero Sánchez necesitaba algo más para revolver la colmena de los indecisos, su única tabla de salvación. Iglesias, maestro del disfraz, bajó el tono de otras ocasiones y recurrió al susurro impostado para atraer a las cámaras. Te has equivocado de adversario, Pedro, repetía aparentemente compungido. Dejó de ser el Pablo malo de la cal viva y se transmutó en el Pablo bueno de la mano tendida. Menos fresco y espontáneo que otras veces, jugó a amarrar y a no equivocarse. Actitud condescendiente con Sánchez y despreciativa con Rivera. Blando con Rajoy. Poco creíble en su pretendida búsqueda de imagen presidencial. Rivera fue la sorpresa de la noche. Salió al ataque y fue el más agresivo. El único que arriesgó. Acorraló a Rajoy con la corrupción y a Iglesias con su travestismo ideológico y sus amistades peligrosas. Sabe que tiene que abrirse paso en una campaña muy polarizada. Por eso fue el que más arriesgó. Iglesias le llamó "escudero" de Rajoy y a su partido copia del PP. Pero logró distanciarse y crear su propio espacio. Una contradicción: el político que acusa a PP y PSOE de intercambiar reproches y descalificaciones fue precisamente lo que hizo con Rajoy e Iglesias.

2. Sánchez no aclara la pregunta del millón

Pedro Sánchez siguió sin desvelar la pregunta del millón: ¿hará presidente a Pablo Iglesias en el caso más que probable de que haya sorpasso y siempre que den los números? Vueltas y vueltas para no mojarse. Cree que no le interesa hacerlo. A la teatral mano tendida del camaleónico líder de Podemos contestó con desprecio y risas. No se fía de las intenciones de quien tiene como principal objetivo ocupar el espacio político del PSOE, fagotizarlo. Pero dio una pista: «No pactaremos con la intransigencia, con la soberbia, con el ocupar el poder por ocuparlo», una referencia explícita a Iglesias.Pero los españoles tienen derecho a saber qué hará Sánchez. O mejor dicho el PSOE. Porque el actual secretario general será un cadáver político si es superado por Iglesias y sus variopintas confuencias. Solo le quedaría dimitir la misma noche electoral. Entonces se podría abrir la puerta a la negociación para dejar gobernar al PP, exigiendo contrapartidas como la salida de Rajoy y que el nuevo Gobierno adoptara medidas sociales del programa socialista. En todo caso, un escenario muy complicado que dejaría noqueado al PSOE y a Iglesias todo el campo libre de la oposición. Paradójicamente, todo dependerá de lo que haga un partido al que las encuestas vatricinan un desastre sin precedentes

3. Escenario impensable de nuevas elecciones

Las cuentas no salen. Rajoy ganará las elecciones, pero no tiene ningún socio potencial. Solo sumaría con Sánchez, que no lo quiere ni ver. El líder socialista ha roto todos los puentes con Iglesias, al que no perdona que no le dejara ser presidente del Gobierno. Y Rivera, que actúa como si sus escaños valieran para formar Gobierno, pide la cabeza de Rajoy. El escenario es de nuevas elecciones. Pero algo tiene que cambiar, porque esa posibilidad sería letal para la democracia. Una burla a los ciudadanos que convertirá a nuestro país en el hazmerreír de Europa. Los líderes políticos tienen la obligación de encontrar la fórmula para evitarlo. O si no, que se vayan.