El monarca logró sobreponerse a su «annus horribilis»

ESPAÑA

05 ene 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Si se examinan fríamente los hechos, el 2007 fue el particular annus horribilis del Rey, el término que acuñó su prima la reina Isabel de Inglaterra para referirse a 1992. Sin embargo, como en otras ocasiones a lo largo de su biografía, don Juan Carlos supo enfrentarse con la adversidad y logró sobreponerse a un cúmulo de malas noticias, polémicas y críticas y acabar el año con una impresionante popularidad. Rubricado con su visita sorpresa a las tropas españolas en Afganistán, unánimemente elogiada. El Rey sigue siendo, con gran diferencia, la figura mejor valorada. Pero el 2007 fue, por encima de todo, el año en que se abrió la veda contra el Rey. Hubo de todo: quema de fotos, peticiones de abdicación, acusaciones de avalar al Gobierno de Zapatero con su silencio, crisis internacionales, durísimas descalificaciones e incluso insultos. ERC pidió reiteradamente que se hicieran públicas las cuentas de la Zarzuela. Pero el fuego grueso lo inició Iñaki Anasagasti, que llamó «pandilla de vagos» a la familia real. Las diatribas del senador del PNV no eran algo nuevo, pero sorprendió su tono virulento. Lo que siguió fue aún peor. Por un lado, la quema de fotografías del monarca por parte de grupos independentistas catalanes muy minoritarios. Por otro, la reiterada demanda de que abdicara en su hijo realizada por Federico Jiménez Losantos, el periodista estrella de la emisora de los obispos. El Rey tuvo incluso que ver cómo la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, intercedía por él ante el periodista, para el que pidió un «trato humano». «¿Por qué no te callas?» En la Cumbre de Santiago de Chile, el Rey se salió por primera vez del guión institucional y pronunció su célebre «¿Por qué no te callas?», para tratar de que Hugo Chávez dejara de interrumpir al presidente del Gobierno. A la gran mayoría de los españoles (tres de cada cuatro, según las encuestas) les pareció bien que parara los pies al verborreico presidente venezolano que había llamado «fascista» a Aznar. Fue esa frase, considerada por la revista Time una de las 10 mejores del 2007, la que disparó su popularidad. Además, convirtió a Chávez en el líder mundial peor valorado en España, según una encuesta del Instituto Elcano. La visita a Ceuta y Melilla fue alabada en el interior y tuvo un extraordinario éxito en las ciudades autónomas, pero provocó otra crisis internacional, esta vez con Mohamed VI. El 2007 fue también el de la progresiva «normalización», «democratización» o «secularización» de la familia real, que se había iniciado con el matrimonio de Felipe de Borbón con Letizia Ortiz, una periodista divorciada. El «cese temporal de la convivencia» de la infanta Elena y Jaime de Marichalar, anunciado el 13 de noviembre, era un hecho sin precedentes en la monarquía reinante. Los miembros de la familia real han dejado de gozar del privilegio de ser intocables para los programas de corazón. El control férreo que siempre impuso el Rey sobre la imagen de su familia se ha resquebrajado. El secuestro de la revista El Jueves por una viñeta zafia de los Príncipes de Asturias y la posterior condena de sus autores, así como la de los jóvenes que quemaron fotos del Rey, abrió otro frente, ya que puso en marcha el debate sobre los límites de la libertad de expresión en relación con el monarca y su heredero. Y el rocambolesco episodio del oso Mitrofán, que habría sido abatido por el Rey en Rusia, proporcionó nueva carga a los ecologistas y, sobre todo, a quienes cuestionan los viajes privados del Rey. El Rey se defiende solo Ante los reiterados ataques, ni Zapatero ni sus ministros ni Rajoy salieron a hacer una defensa firme del Rey. Por ello, lo tuvo que hacer él mismo, para reiterar lo irrebatible, que la «monarquía parlamentaria» ha marcado «el más largo período de estabilidad y prosperidad en democracia vividos en España». Su extraordinaria labor está en los libros de historia, pero su hijo tendrá que ganarse la Corona día a día, porque hoy depende más de la aceptación popular que de su carácter hereditario.