Las hemerotecas están llenas de artículos escritos por políticos sin funciones ejecutivas que sus autores tuvieron que olvidar en cuanto se les encomendaron tareas de Gobierno, por lo que no sería prudente tomar los que ha venido publicando el nuevo ministro de Exteriores como la guía que contiene los pasos que dará a partir de hoy. Sin embargo, quien tenga la curiosidad de releerlos en busca de pistas sobre qué piensa y qué se propone hacer en su nuevo cargo no podrá evitar sorprenderse.
El Margallo articulista es un europeísta convencido de la primacía de la política sobre los mercados, que se encuentra más cerca de la Comisión Europea que de Berlín y que, en la disputa entre federalistas e intergubernamentales que escinde a la Unión, se sitúa al lado de los primeros: ha lamentado varias veces la resistencia de los Estados a perder atribuciones en favor de las instituciones comunes.
Para extrañeza de quienes han visto en Rajoy un alumno aplicado de los dictados de Merkel, su nuevo ministro no desaprovechó las ocasiones de distanciarse de ella y de «los prusianos de hoy» que secundan sus argumentos. Escribió con admiración de Alexánder Hamilton, el presidente de EE.UU. que promovió la creación de la Reserva Federal, sugiriendo que el BCE debería jugar un papel similar, y defendió la creación de eurobonos como cortafuegos ante la propagación de la crisis de la deuda.
Por último, no concibe la austeridad como un fin en sí misma, sino tan solo como la condición necesaria para sanear la economía: resultará insuficiente, argumenta, si no va acompañada por un plan de choque, con medidas de estímulo, para relanzar el crecimiento.
No hay que hacerse demasiadas ilusiones sobre cuánto de todo esto quedará en pie tras el choque con la realidad que le espera. Pero el hecho de que se le diera mando en plaza a quien lo firmó podría no ser tan casual. Indica que España quiere jugar a más cosas que ser una simple réplica de Alemania en el sur.