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El presidente celebra el 20 de noviembre su primer año en Moncloa con una crisis agudizada y movilización en la calle
18 nov 2012 . Actualizado a las 21:30 h.Mariano Rajoy rebosaba felicidad cuando apareció en el balcón de la sede central de su Partido Popular para celebrar ante una multitud de simpatizantes la histórica victoria electoral que había conseguido el 20 de noviembre del 2011.
Un año después, sin embargo, la euforia ha desaparecido completamente y la dura realidad ha dibujado en el rostro de Rajoy las huellas de una profunda preocupación. El PP conquistó en las elecciones una holgada mayoría absoluta, la más grande en la historia democrática de España, y de forma paralela hundió en la peor crisis de su historia al PSOE, castigado en las urnas por la mala gestión de la crisis económica y financiera por parte del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Rajoy estaba seguro de que el mero cambio de gobierno, con su llegada al poder, bastaba para recuperar la confianza de los mercados y recolocar al país en la senda del crecimiento económico, pero en realidad ocurrió todo lo contrario: los mercados intensificaron su acoso a España y la economía del país ibérico entró en recesión, por segunda vez en solo cuatro años. «Vivo en el lío», confesó Rajoy en febrero, menos de dos meses después de haber asumido la jefatura del gobierno y cuando ya se había visto obligado a tomar las primeras medidas impopulares para reducir el abultado déficit público heredado del gobierno de Zapatero.
El mandatario conservador siempre se disculpa públicamente por la puesta en marcha de una dura política de austeridad escudándose en la «desastrosa herencia» que le había dejado el gobierno socialista. Sin embargo, este argumento fue perdiendo credibilidad con el paso del tiempo, al agravarse aún más la crisis y al dispararse la tasa de desempleo a una cifra récord de más de un 25 %, la más alta en toda la Unión Europea. Para reducir el déficit público de un 9,4 % al cierre del 2011 al 6,3 % pactado con la Comisión Europea para finales del 2012, Rajoy se declaró dispuesto a tomar todas las medidas necesarias y «dolorosas», aunque con ellas incumpliera todas las promesas de su programa electoral.
El nuevo gobierno comenzó subiendo el impuesto sobre la renta, entre otras cargas tributarias, y aprobando una radical reforma laboral que facilita y abarata los despidos y cercena el poder de los sindicatos en las negociaciones sobre los convenios colectivos de trabajo. Los dos grandes sindicatos, CCOO y UGT, respondieron con una primera huelga general en marzo que, si bien no tuvo un seguimiento masivo, marcó el inicio de una escalada de las protestas en las calles.
La aprobación de los presupuestos generales para el 2013, en julio, que incluyen drásticos recortes de los gastos para la educación y la salud pública y una fuerte subida del IVA, pusieron de nuevo en pie de guerra a los sindicatos, que convocaron para el 14 de noviembre una segunda huelga general. Hasta entonces, ningún gobierno español se había enfrentado a dos huelgas generales en una sola legislatura y mucho menos en un plazo de solo ocho meses.
Sin embargo, más que las huelgas generales, el creciente descontento popular con el gobierno de Rajoy se expresó en el aumento de las protestas en las calles, que marcaron un hito el 25 de septiembre con una manifestación multitudinaria para rodear el Congreso de los Diputados en Madrid. La policía antidisturbios actuó con extrema violencia contra un grupo de manifestantes radicales, dejando un saldo de decenas de heridos y detenciones. A ello se unió el drama de los desahucios, con tres suicidios en las últimas semanas que han intensificado aún más la presión social.
Además de la crisis económica, a Rajoy se le abrió un nuevo frente de guerra con el ascenso de los independentistas en el País Vasco y, sobre todo, en Cataluña. El presidente del gobierno catalán, Artur Mas, desafió abiertamente al gobierno de Madrid al anunciar la convocatoria de un referéndum sobre la independencia si su partido, Convergència i Unió (Ciu), gana de forma abrumadora las elecciones anticipadas del 25 de noviembre.
El índice de popularidad de Rajoy se ha desplomado en los últimos meses, según todas las encuestas, y el descontento incluso se ha ido extendiendo entre los votantes que hace un año auparon al poder al PP. No parece haber motivos para que Rajoy celebre este 20 de noviembre el primer aniversario de su aplastante triunfo electoral. Sin embargo, para su tranquilidad, la mayoría absoluta con la que cuenta el PP en el Parlamento le permite gobernar a base de decretos, sin tener que buscar consensos con otros partidos, hasta que tenga que someterse nuevamente, dentro de tres años, al veredicto de las urnas.