Acaso lo peor de lo que estamos viviendo en España sea la crisis de liderazgo. En el PSOE, los críticos no han permitido que Alfredo Pérez Rubalcaba se asentara y, cuando llegaba el momento de recuperar espacio electoral, le lanzaron el misil de las primarias con urgencia. En el PP, cada presidente de comunidad va por su lado haciendo todo el ruido que puede y no hay un líder -debería ser Mariano Rajoy- que impida el penoso espectáculo. Lo ha intentado la secretaria general, Dolores de Cospedal, advirtiendo de que «lo único innegociable es el apoyo al Gobierno de España», pero su liderazgo interno lleva meses cuestionado.
En Cataluña, todo el esfuerzo hagiográfico para hacer de Artur Mas el Mesías que guiara el país a la tierra prometida -inolvidable aquel cartel electoral que lo comparaba con Moisés -se vino abajo cuando el profeta perdió doce diputados y se condenó al infierno, o al purgatorio según se mire, de Esquerra Republicana. Y en Izquierda Unida, por más que suba en intención de voto, el liderazgo va a la baja: de Gerardo Iglesias pasamos a Julio Anguita, después a Gaspar Llamazares y ahora a Cayo Lara. Es lo que hay. El liderazgo, como en matemáticas, tiende a cero.
Al deficiente liderazgo político, se suma la permanente lotería judicial que siempre toca. El gordo se lo llevó el jueves Miguel Blesa, convocado de urgencia al juzgado para salir camino de la cárcel porque no se le ocurrió llevar encima dos millones y medio de euros para evitarla. Más cauto fue Emilio Botín en su día cuando envió varios furgones blindados rebosantes de dinero a dar vueltas al edificio de los jugados mientras él declaraba por las famosas cesiones de créditos. El juez se desesperó al saber que llegaba cargado de millones y que le había arruinado el titular de su vida: «Yo metí en la cárcel al banquero Botín». El juez Silva ya tiene el suyo porque encarceló, aunque por 18 horas, a Blesa. El titular del diario económico Cinco Días estremeció a los cien banqueros imputados en España, y a los que no lo están: «El primero», se leía premonitoriamente.
Vivimos una situación comparable a aquella de los estertores del felipismo, cuando el juez Baltasar Garzón, que regresaba al juzgado fracasado de la política, con mayor sed de venganza que de justicia, apretaba las tuercas. Narcís Serra, entonces vicepresidente del Gobierno y hoy en la lista de posibles imputados por el desastre económico de Catalunya Caixa, nos confió: «Es muy difícil evitar en estas circunstancias que algunos vayan a la cárcel». Sonó el anuncio a que hasta sería bueno que pasara, para así tranquilizar al alterado personal. Y le tocó la lotería a Mariano Rubio, entonces gobernador del Banco de España, por un asunto menor, y a Manuel de la Concha, de Ibercorp. Lo de Mario Conde, Javier de la Rosa y Luis Roldán es otra liga, de verdadera gravedad penal y no de conveniencia estética.
El abogado Antonio Garrigues Walker, que es uno de los pocos referentes que quedan en ese desierto español de liderazgos civiles, no oculta su preocupación por las circunstancias que rodearon el encarcelamiento de Blesa con el fiscal en contra. En los ambientes en los que él se mueve se ha acuñado el término de garzonismo para definir esa búsqueda de notoriedad y se reclama ya una regulación distinta para evitar casos similares. Garrigues Walker piensa, no obstante, que saldremos adelante y que toda esto traerá un clima más positivo. «La ética no es solo una cuestión moral -destacó ante empresarios catalanes el viernes- sino que se convierte en un factor de sostenibilidad». Confiemos en que estamos ante una purga.