La comunidad más poblada de España regresa a la primera línea de la política nacional que abandonó cuando Felipe González se retiró y Alfonso Guerra dejó de administrar el PSOE
03 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.El 2013 no acabará, como deseábamos, como el año de la vuelta del empleo pero sí como el del regreso de la inversión extranjera. Diciembre puede terminar fácilmente con 50.000 millones de euros de inversión, porque ya hemos sobrepasado los 40.000 en octubre, incluido el desembarco del mismísimo Bill Gates en FCC, un gran spot publicitario mundial sobre la confianza extranjera en la economía española, que ya ratifica la agencia de calificación Ficht. Cierto es que una parte viene para comprar a precios de saldo viviendas hipotecadas y empresas asfixiadas, pero la entrada de líquido en el circuito tapa agujeros, limpia cañerías y hace soñar con el regreso del crédito para las empresas que tanta mortandad produjo entre las pymes. Y ahora alcanza a una empresa grande y emblemática como Fagor, a la que le negó el auxilio su propia matriz, la Corporación Mondragón.
No es el único dato positivo. Siguen creciendo las exportaciones y parece que vamos a mejor, aunque todavía hoy suene increíble aquella declaración de Emilio Botín, avanzada en enero: «No es descartable que España vuelva a dar la sorpresa». Ojalá acierte.
Pero mientras la economía mejora lentamente, en la política se produce una noticia de trascendencia: vuelve Andalucía a la primera línea de la política nacional que abandonó cuando Felipe González se retiró y Alfonso Guerra dejó de administrar el PSOE. La irrupción inesperada de la presidenta andaluza Susana Díaz marca un perfil destacado como no se veía desde Rafael Escudero: ni Rodríguez de la Borbolla, ni Manuel Chaves, ni Griñán tuvieron esa relevancia. Es mujer y tiene 38 años, pero en dos meses de presidencia ya ha advertido que no se irá sin dejar huella y sin que se oiga con fuerza en España la voz de Andalucía, empezando por el actualmente desorientado Partido Socialista. Esta semana se vio con claridad en las Cortes cuando presionó a Rubalcaba para que el PSOE no titubeara en su negativa a aceptar el derecho a decidir que reclama Cataluña. Guerra, el único diputado que conserva su acta de diputado desde 1977, comparte la posición de firmeza de Susana Díaz en ese contencioso. Felipe González también. El no tiene escaño pero sí teléfono. Y consta que lo usa.
La presidenta andaluza propugna un posible pacto de estado entre Madrid y Andalucía para evitar la desmembración de España. Le habló de ello al rey y a Rajoy en su primera audiencia. Está al frente de la comunidad más poblada, aunque sea la más castigada por el paro. Vende su territorio como una oportunidad para los inversores y lanza un eslogan, todavía en proceso de maduración: «Andalucía es confianza». O sea, que frente a las incertidumbres de los inversores por el proceso político catalán, sepan que Andalucía garantiza que allí no habrá sorpresas. De momento, Juan Roig, de Mercadona, el segundo hombre más rico de España, según la revista Forbes, ya le ha hecho caso y monta una planta de cítricos en Granada.
Si Andalucía mejorara algo económicamente, el liderazgo de Susana Díaz se dispararía. Juega muy bien sus dos principales cartas: el factor demográfico, que le otorga peso nacional y mayor número de delegados en los congresos de su partido, y, además, su propia claridad política. En algunos periódicos catalanes la pintan con flechas rojas hacia abajo por su defensa de la Constitución, pero no se arredra: «Iré a Cataluña próximamente porque creo que allí deben escucharse también otras voces. Conozco familias de catalanes de origen andaluz que no aceptan tener que elegir entre ser catalanes o españoles cuando han convivido pacíficamente con sentimientos compartidos durante décadas». Atentos, que viene Susana. Ojo, que vuelve Andalucía.