Esto así no va, ni se arregla, porque la ciudadanía vive de su trabajo y no de estadísticas macroeconómicas
26 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.En la montaña rusa de buenas y malas noticias, siempre dentro de la gravedad de la crisis, hay una constante trágica: las cifras macroeconómicas tienden a mejorar y los desequilibrios a controlarse, lo que siempre se celebra, pero no hay forma de crear empleo. Esto es así en todo el mundo y de forma más dramática en España. La Organización Internacional del Trabajo acaba de publicar unos datos escalofriantes: puede considerarse que la crisis económica internacional queda atrás, salvo en algunos países como el nuestro con recuperación rezagada, pero no se crea empleo. Hasta 75 millones de jóvenes menores de 24 años buscan trabajo en el mundo, según la OIT, y no lo encuentran. España hace una aportación proporcional muy destacada a esa cifra. Esto así no va, ni se arregla, porque la ciudadanía vive de su trabajo y no de estadísticas macroeconómicas, por favorables que sean algunas. Los últimos datos de la encuesta de población activa son el jarro de agua fría sobre el triunfalismo del Gobierno y sus terminales mediáticas.
¿Qué hacer? Nadie parece saberlo pero Josep Borrell, exministro y expresidente del Parlamento Europeo, se atreve a dar una pista: «Para salir de la crisis necesitamos una reconversión ecológica de la economía y otro modelo productivo en España y en la Unión Europea». Estamos mal, pero, sin que suponga consuelo alguno, sabemos que, además de Grecia y Portugal, Italia tiene graves problemas y alto desempleo y Francia se aguanta con pinzas. Es toda Europa la que necesita repensar su modelo productivo si quiere competir con América y Asia, en lugar de dejarse dominar por su espesa burocracia y por la crisis de identidades y tentación secesionista en la que se está sumergiendo. Sin afrontar los problemas de fondo, que son los que pueden devorarla.
Por ejemplo, ¿por qué los países europeos son tan tímidos en sus inversiones en América Latina? Acaba de pasar por Madrid y por Davos el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, pidiendo inversión en su prometedor país, cada vez más cercano a la paz y al milagro económico. Todo el espacio que dejan los inversores europeos en América lo ocupan los chinos. Igual sucede en África, continente que, según el exvicepresidente Al Gore, «en la mitad de este siglo tendrá en su conjunto tanta población como la de China, o la de India». Sin embargo, también Europa penetra con timidez en ese continente cediendo espacio una vez más a los chinos. Y de forma especial, España. Josep Piqué admite que, siendo ministro de Exteriores, vio venir el fenómeno asiático pero no la revelación africana que se insinuaba. Ahora ya se ve claro, pero no por eso el ministerio actual ha variado su política contemplativa en el continente negro. Apenas hay embajadores con instinto comercial para amparar a los empresarios dispuestos a salir al exterior.
Europa necesita revisar su modelo productivo, pero España de forma especial, y eso pasa básicamente por la reindustrialización. Ese es el debate fundamental que no llega mientras el río de noticias diarias sobre la corrupción y las tensiones territoriales anegan los informativos y la mente de los dirigentes. Reindustrializar con decisión dando voz a los ingenieros, en vez de hostigarlos con normas que dañan sus atribuciones profesionales. Apoyar a los empresarios y emprendedores que tengan proyectos serios para crear empleo, en vez de ofrecerles solo palabras. Reforma educativa perdurable que no se inspire solo en la ideología, como está sucediendo, sino en la necesidad de formar nuevos profesionales para una estructura económica distinta. Una estructura capaz de generar el empleo que ahora ni existe ni se ve venir y que puede condenar a los jóvenes de menos de treinta y a los mayores de más de cincuenta a consolidar una bolsa de frustración de expectativas injusta e inquietante. O buscamos decididamente la construcción de otro modelo productivo o será muy difícil salir. No hay otra.