
Un barrio entero, Sants, en Barcelona, se echa a la calle para defender un centro okupa que es el dinamizador cultural y social de la zona
15 jun 2014 . Actualizado a las 13:51 h.Chavales, mayores, arquitectos y okupas trabajan en equipo como un solo hombre. Los cascos y las máscaras visten las cadenas humanas que se ocupan del desescombro y la reconstrucción del Centre Social Autogestionat Can Vies. Trabajan a buen ritmo, al son de una música machacona que repite: ?¡Tú quieres guerra, tú quieres guerra!?. La retroexcavadora que envió el Ayuntamiento de Barcelona para forzar el desalojo destruyó una parte del local. Pero ya no está. Fue retirada después de que los vecinos le prendiesen fuego. ¿Quién lo hizo? Pues igual que en Fuenteovejuna, (todos a una) «el barrio lo hizo». Hay 61 detenidos; cinco menores, uno en prisión. Entre dos mil y tres mil residentes salieron en defensa del centro durante las cuatro noches de violencia y barricadas que siguieron a la llegada de la excavadora, el 26 de mayo. El desalojo del enclave, afectado por un plan urbanístico, se hizo por mandato judicial.
En la cadena humana nos atiende Pau Guerra, el nombre ambiguo con que se identifican todos en Can Vies para no revelar su identidad. Esta Pau Guerra, en concreto, es una joven que vive en el barrio. Se quita la mascarilla y se sacude como puede el polvo. La música vocifera ahora: «¡A mí nadie me controla!» «No están desalojando un centro okupa, sino un barrio y una cultura popular», asegura indignada. Además, «el derribo ha sido la gota que colmó el vaso: la mitad de los jóvenes que veis aquí no tienen trabajo».
Pero ¿qué es exactamente Can Vies y por qué ha desencadenado una reacción de tal magnitud? El 10 de mayo de 1997, hace 17 años, fue ocupado en el barrio obrero de Sants un edificio de 1879 utilizado en origen por los obreros de la línea 1 del metro. Es propiedad de Transportes Metropolitanos de Barcelona, pero cuando estaba abandonado se hicieron con él jóvenes de la zona en respuesta a la falta de espacios para sus actividades. Con el tiempo se ha convertido en un dinamizador cultural y social del barrio. Allí se maqueta el periódico local La Burxa, hay debates, teatro, cine, conciertos, presentaciones de libros, comidas populares... «Antes del derribo -prosigue Pau Guerra- estábamos con un taller de lengua de signos, otro de serigrafía, de bicis, de electricidad...».
Tradición cooperativa y asociacionista
Pero hay una segunda parte. Can Vies hereda la tradición cooperativa y asociacionista del barrio obrero y hoy es un modelo de participación política asamblearia. La asamblea es el órgano de máxima soberanía. Funciona por consenso y de forma horizontal, no jerarquizada. Sin jefes ni representantes, se basa en el principio de responsabilidad colectiva y opera mediante comisiones. Participa a su vez de la asamblea del barrio de Sants, que trabaja de la misma manera. Ellos han organizado la vida cultural y social de la zona durante 17 años porque nadie lo hacía, y, curiosamente, el Ayuntamiento de Barcelona se desentendía de esa tarea porque ya se ocupaba Can Vies. Así permitió que floreciese un barrio entero al margen del sistema.
Los vecinos, acostumbrados a sus cooperativas y a resolver solos los problemas, no quieren saber nada de las instituciones, de manera que cuando la excavadora tiró parte del centro, medio barrio se echó a la calle, enfurecido. «El Ayuntamiento quiere proponer cosas, pero les decimos que estos temas los solucionamos nosotros, sin las instituciones», aclara Pau Guerra. Así rechazaron la ayuda de los técnicos municipales para desescombrar, aunque de manera excepcional aceptaron esta semana una supervisión de los bomberos y del Ayuntamiento.
Le preguntamos por este asunto a otro Pau Guerra; este, varón y un poco más talludito. «Está todo el barrio echando una mano. Tenemos a nuestros arquitectos de la Cooperativa La Col. Algunos fueron okupas aquí hace 17 años. Hoy están sus hijos con el casco y la máscara puestos, ayudando también», se enorgullece. El voluntario que ha traído los contenedores para los cascotes les dice que trabajan «bastante más rápido que los profesionales en las obras». Más orgullo aún. La idea es convertir el solar en una plaza para sus asambleas.
«Puede haber unos 20 o 30 okupas en Can Vies -prosigue Guerra-. Entran si no tienen recursos y su solicitud es aceptada por la mayoría. Los demás vivimos en el barrio y participamos en las actividades del centro». El derribo ha hecho daño al colectivo: «En esa parte teníamos el bar, que era nuestra principal fuente de financiación». La otra, los conciertos. Los fondos sirven para programar nuevas actividades.
Al derrumbe del bar, en origen una vieja capilla, siguió la espiral de violencia que ha obligado a recular al alcalde de Barcelona, Xavier Trias (CDC), que ha frenado el desalojo en aras de una negociación. «Nuestro error -admitió Jordi Martí, concejal de distrito en Sants- fue no valorar adecuadamente el entorno social».
La violencia es el único punto que divide a los vecinos del barrio. Todos coinciden en «la contundencia excesiva» de los Mossos d?Esquadra, pero muchos critican también la respuesta popular. No opinan lo mismo a pie de obra. «Cuando el Ayuntamiento retiró a la policía hicimos simplemente una cacerolada y aquí no pasó nada -asegura Pau Guerra-. Pero tuvimos que defendernos de la desmesura de las fuerzas del orden. Hay una persona de más de 60 años con los dedos rotos por hablar en la plaza de Sants». La batalla nocturna se activó en las calles y los vecinos usaron lo que tenían a mano. «Hicimos trincheras con nuestras bicicletas», confirma otro Pau Guerra mientras señala un cartel que reza: «Nosotros no negociamos, luchamos por cambiar el mundo».
Después de muchos años bajo la amenaza del desalojo, todos saben en Sants que esa lucha, latente, continúa. Será siempre colectiva y anónima, porque cuando las autoridades exijan responsables -que los exigirán- y pregunten quién mató al comendador, los vecinos, todos a una, responderán: «Pau Guerra, señor».
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