Antón Costas: «El independentismo catalán es una expresión de la revuelta populista»

Juan Carlos Martínez REDACCIÓN / LA VOZ

ESPAÑA

XOAN CARLOS GIL

«Al final veremos que la tercera vía, entre el radicalismo y el inmovilismo, es la única para atender el conflicto», asegura el expresidente del Círculo de Economía de Cataluña

10 abr 2017 . Actualizado a las 11:04 h.

Antón Costas Comesaña, vigués, catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona, gestor de empresa en su día y hasta diciembre pasado presidente del influyente Círculo de Economía barcelonés, es un observador privilegiado de la crisis política catalana. En su opinión, la globalización y las políticas de austeridad que siguieron a la crisis del 2008 están en la raíz del auge de los populismos, una de cuyas expresiones es el independentismo catalán.

-¿Cómo percibe el estado de la «cuestión catalana»: estancamiento para siempre, ruptura, vías de solución?

-De momento, y durante mucho tiempo, yo diría que la situación será de empate, más que de estancamiento (que sugiere otra cosa), ruptura o solución. No hay que perder de vista que la llamada cuestión catalana tiene varias expresiones ciudadanas en Cataluña. Para unos significa buscar un mayor y mejor grado de autogobierno dentro del marco legal y constitucional español. Para otros, hoy por hoy, significa la independencia política respecto a España pero manteniéndose dentro de la UE. Y aún se podría decir que existe un tercer grupo, eso sí, minoritario, para el cual simplemente no existe tal cuestión. El resultado en este momento entre esas preferencias es de empate. Y creo que se mantendrá durante tiempo. No habrá referendo legal, aunque no lo descarto dentro de algunos años. Ni probablemente habrá referendo no legal, del tipo del 9N anterior. A través de sucesivas elecciones iremos viendo cómo se van decantando los votantes en Cataluña y hacia dónde se encamina el desempate.

-¿Son signos de avance el paquete de inversiones ofrecido por Mariano Rajoy, o la frase de Artur Mas de que «hay alternativas a la independencia»?

-Ambas actitudes son pequeñas señales de que hay cosas por hacer que pueden ir mejorando el clima político. Hasta ahora el conflicto político está planteado de forma binaria, no divisible, del tipo «o esto o lo otro». Lo normal sería que unos y otros acabasen convenciéndose de que eso no lleva a buen final. Esa convicción irá haciendo que se plantee como un conflicto del tipo «más o menos»; es decir, en un conflicto divisible, con reivindicaciones a las que se puede buscar arreglos parciales. Ahí encaja la propuesta del presidente Rajoy de más inversiones. La palabra solución es un término adecuado para un problema de matemáticas, pero no para afrontar los problemas sociales y políticos. En este tipo de cuestiones hemos de buscar arreglos que funcionen más o menos bien durante un tiempo. Y cuando dejen de hacerlo, ya otros vendrán a buscar otro arreglo. Al final veremos que la llamada tercera vía, entre el radicalismo y el inmovilismo, hoy un poco denostada, es la única vía para atender el conflicto.

-La globalización ha tenido efectos de muy diverso signo. ¿También ha influido en el vuelco del nacionalismo moderado hacia el independentismo?

-Sin duda hay influencias. De hecho, el independentismo catalán se puede ver como una expresión de la revuelta populista que surgió en los países del sur de Europa espoleada por la crisis y, especialmente, por la política de austeridad que se impuso a nuestros países en el 2010. La indignación social que provocó esa política, injusta socialmente y económicamente dañina, llevó en España y en otros países del sur a la aparición de nuevas fuerzas políticas. En el caso de Cataluña, ese malestar cuajó en la formación de la Asamblea Nacional Catalana, que en la gran manifestación del 11S del 2012 levantó la bandera del independentismo. Pero antes de la austeridad, la globalización, con su secuela de deslocalización de industrias y de puestos de trabajo industriales, había ido preparando el terreno para el sentimiento populista. Hubo también a lo largo de los años ochenta y noventa una deslocalización de sedes de empresas, en este caso hacia Madrid, que también contribuyó al malestar. Un caso claro fue la decisión política de poner la sede de Endesa en Madrid en vez de en Barcelona o en Sevilla, o hasta en Zaragoza, que eran las tres territorios donde las empresas que habían dado lugar a Endesa tenían actividad. En Madrid, Endesa no tenía ni actividad de producción ni de distribución de electricidad. Pero se puso allí la sede. Como este, hubo algunos otros casos que coadyuvaron a ir creando un sentimiento de maltrato por parte del Gobierno central, y de pérdida de poder económico en favor de Madrid.

«Muchos antiguos votantes de CDC no apoyan su viraje»

El profesor Costas ha hecho algunos llamamientos, en artículos y conferencias, para que en Cataluña se recupere el diálogo y con ello se supere el temor a que las incertezas de la independencia frenen, entre otras cosas, la actividad económica.

-Solía entenderse el nacionalismo moderado como representante adecuado del empresariado. ¿Ve usted señales de divorcio entre PDECat y ese sector que tradicionalmente apoyaba a CiU?

-La vieja Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) de Jordi Pujol practicó un tipo de nacionalismo soft, reivindicativo pero pactista. Ese tipo de nacionalismo era coherente con la tradición de catalanismo político del empresariado catalán desde el siglo XIX, implicado en la modernización de la vida política española. En la medida en que CDC, especialmente a partir del momento en que Jordi Pujol fue sustituido por Artur Mas, se ha alejado de ese tipo de nacionalismo pactista, ha ido perdiendo apoyo electoral. Esa pérdida se hizo ya visible en las elecciones autonómicas del 2010. Y se volvió a manifestar, yo diría que de forma dramática para CDC, en la inesperada derrota en las elecciones anticipadas de noviembre del 2012, en las que, contra todo pronóstico, en vez de pasar de 62 diputados a 69, como esperaba CDC, bajó a 50 diputados. A partir de ese momento se produce el viraje de Artur Mas hacia el independentismo. Y con ese viraje vino la deriva del partido. Probablemente muchos anteriores electores de CDC, sin duda muchos del mundo empresarial pero no solo, no comprendieron ni apoyan hoy ese viraje y deriva política. El cambio de nombre de CDC a PDECat, que tiene mucho que ver con el esfuerzo por limpiar el nombre del partido, de momento no parece haber hecho retornar ese apoyo.

«Se ha extendido la idea de que hay poco camino para el pacto y la negociación»

-En uno de sus artículos relacionaba usted el «brexit» con el proteccionismo de Donald Trump y el secesionismo catalán. ¿Qué tienen en común?

-Hay en las sociedades occidentales desarrolladas, como la nuestra y el resto de las europeas y la norteamericana, un malestar social profundo y amplio que tiene fundamentos objetivos: la caída o estancamiento de ingresos de los hogares desde inicios de este siglo (según un estudio de McKinsey, abarca al 65-70 % de los hogares), el aumento del paro de larga duración, la creciente desigualdad, pobreza y sentimiento de falta de oportunidades, etcétera. Esa es la raíz común que hay detrás de las revueltas populistas que estamos viendo. Pero los Gobiernos buenistas y cosmopolitas, de tipo conservador o socialdemócrata, han estado ciegos ante ese malestar. Y cuando, a partir del 2011, se los han llevado por delante, han aparecido nuevas fuerzas que han olido mejor ese malestar, con características específicas en cada territorio. En el brexit fue la animosidad contra el UE y su política inmigratoria; en el caso de Trump, también el miedo a la inmigración y el malestar contra la deslocalización industrial y la pérdida de puestos de trabajo. En el caso del independentismo catalán, la idea fue la de que «nos roban». Y podríamos seguir, con Holanda, Francia, Alemania, Polonia, Italia. Son expresiones diferentes de populismo, que tienen un fondo objetivo pero que se equivocan al identificar las causas reales y, especialmente, las soluciones. La raíz común objetiva es la pérdida de ingresos y el empeoramiento de condiciones de vida y de perspectivas de futuro de una buena parte de nuestras sociedades. Mientras no se responda a esta realidad, el populismo, en sus diversas formas y manifestaciones, estará con nosotros.

-¿Están más divididos políticamente los catalanes de lo que pensamos desde fuera? ¿Se ha perdido la tradicional cultura negociadora catalana?

-Quizá el término divididos no refleja bien la realidad política catalana. Quizá sea mejor hablar de un mayor pluralismo social y político en Cataluña. Y la cultura negociadora sigue siendo una señal de identidad de una gran parte de los ciudadanos. Otra cosa es que en los últimos años se haya extendido la idea de que hay poco camino para el pacto y la negociación. En este terreno, el desgraciado camino legal seguido por el Estatuto del 2010 ha hecho mucho daño.