El ocaso de un presidente sin batuta

R. Gorriarán MADRID / COLPISA

ESPAÑA

ALBERT GEA | Reuters

Artur Mas dimite justo dos años después de renunciar a la Generalitat

10 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Artur Mas dimitió este martes como presidente del PDECat, e igual día de hace dos años renunció a ser investido presidente de la Generalitat. Lo había hecho forzado por la presión de la CUP, que desconfiaba de la voluntad independentista de aquel político de traje y corbata y pasado pujolista y que, para sus verdugos, solo tenía un destino, «la papelera de la historia». Aquel 9 de enero del 2016 anunció que daba «un paso al lado» y cedía el testigo al casi desconocido alcalde de Gerona Carles Puigdemont. Han sido 24 meses de cohabitación, primero amable, después seca y ahora polar. El huido en Bruselas ha impuesto sus tesis políticas y ha convertido al partido y a él mismo en ceros a la izquierda. Mas, resignado, dice ahora que da «otro paso al lado», un desplazamiento que parece más bien una salida por la puerta de atrás.

Puigdemont, desde el primer minuto, tomó las decisiones clave del procés al son que marcaba la CUP, su verdugo político. Aunque formaba parte del misterioso sanedrín que asesoraba en la sombra a Puigdemont, las opiniones de Mas no pesaban. Su presencia o su ausencia pasaban inadvertidas, según algunos asistentes a aquellas citas clandestinas.

Convenció al presidente para que convocara elecciones después del 1 de octubre para aprovechar el buen momento político del movimiento independentista, pero tras un encierro con los líderes de Esquerra y la CUP, Puigdemont desistió y no solo no las convocó, sino que el 10 de octubre proclamó la república y acto seguido la suspendió en una declaración rocambolesca con pocos parangones históricos.

Tras el convulso 27 de octubre, nueva declaración de independencia, y tras la aplicación del 155, Puigdemont huyó a Bruselas y, lejos de debilitarse, construyó una candidatura para el 21D en la que Mas y el PDECat no pintaron nada. Dos veces se reunieron en la capital belga para compartir proyecto electoral, pero no hubo acuerdo. Excluyó a toda la dirección del partido de las listas, hizo y deshizo a su antojo y el PDECat tuvo que conformarse con las migajas de 14 de los 34 escaños conseguidos. Un resultado espectacular que dejó a Mas y su entorno con un palmo de narices. El interlocutor de Esquerra no es el PDECat, es Junts per Catalunya. El último pulso a cuenta de la repetición de las elecciones también lo ha perdido. Mas quiere evitarlas a toda costa, pero Puigdemont está dispuesto a asumir ese coste si no es investido.

Aunque en su rueda de prensa trató de vestir su renuncia de lo que no es (arguyó que se va para «no frenar» la nueva etapa del PDECat), sabe que su hora ha pasado.