
Hasta cinco agentes revelan al tribunal los seguimientos mutuos que se hicieron
11 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Aquel domingo de otoño del 2017 no solo hubo urnas y cargas policiales en los colegios de Cataluña. Aquel 1 de octubre, hubo un verdadera guerra silente entre los Mossos d’Esquadra, de una parte, y la Policía Nacional y la Guardia Civil, de otra. Una batalla de espías, seguimientos, vigilancias, contravigilancias y, sobre todo, desconfianzas que afloraron este miércoles en el Tribunal Supremo con la narración de hasta cinco funcionarios diferentes. Dos inspectores, dos agentes y una oficial de la Policía Nacional relataron el que, quizá, sea el episodio culmen de la batalla entre cuerpos policiales.
Todos eran miembros del llamado Indicativo Sol 47, uno de los grupos destinados a labores de información para garantizar la seguridad de los antidisturbios y de la Policía Judicial que debía retirar el material electoral en Barcelona capital. Un cometido que varió, sin embargo, a labores de «contravigilancia» para neutralizar los seguimientos que los Mossos realizaban a las fuerzas de seguridad del Estado. Todo comenzó, tal y como explicó ante el tribunal el jefe del indicativo que operó en el barrio de Les Corts, en el primer centro electoral que controlaron los agentes encubiertos: el colegio Joan Boscà. «Los congregados fueron capaces de mordernos [identificarlos] según llegábamos. Tuvimos que ponernos las capuchas», relató el inspector, que explicó que este hecho lo dejó con la mosca detrás de la oreja, pero que sus suspicacias crecieron más cuando vio un coche de los Mossos aparcado junto a otro vehículo camuflado. «Aquello no me gustó», rememoró el mando del grupo Sol 47.
Ante el temor de que la policía autonómica estuviera dando chivatazos a los concentrados en los colegios sobre los movimientos de los antidisturbios, el jefe policial ordenó establecer una contravigilancia a sus agentes. Y esa decisión, según relataron los testigos directos, fue acertada.
«Jefe, han montado un cerco»
El grupo de policías de paisano se desplazó al siguiente colegio en el que iban a actuar los antidisturbios, el Pau Romeva. Pero antes de llegar ya vieron que había dos coches de los Mossos cerrando el paso. Pero lo que más sorprendió a los agentes «infiltrados en la masa» es que solo minutos antes de su llegada, el soplo de que los policías habían elegido ese colegio para actuar ya se había extendido entre los concentrados. «Jefe, han montado un cerco», «Jefe, acaban de avisar al colegio que llega la policía y han montado el cerco de defensa», fue el mensaje que llegó de los infiltrados en el Pau Romeva antes de que los congregados, armados con «cadenas, palos y cascos», cerraran con candados las puertas y montaran «barricadas».
Los antidisturbios tuvieron «que abortar ese primer intento de entrar al colegio y volver a punto seguro». Y fue entonces, según los testigos, cuando detectaron a los mossos espías. Todos los policías que declararon coincidieron en su descripción: en la parte de atrás del colegio había dos varones, uno de ellos «calvo», dedicados a hacer un seguimiento a los antidisturbios. Estos tipos, supuestos mossos, según apuntaron, usaban «discretos» (pinganillos conectados a radios), escondían defensas extensibles y pistolas en sus ropas, y uno vestía las típicas «botas tácticas» de las unidades policiales.
Cuando los antidisturbios decidieron entrar en el colegio, los espías no les perdieron la pista. «No pararon de comunicar. Lo vimos porque hablaban al cuello», explicó un agente. «Cuando los agentes acabaron, estos señores corrieron hacia un Seat Ibiza de color gris claro que habían aparcado cerca de una gasolinera y siguieron persiguiendo al convoy de la policía». La sorpresa llegó cuando supieron que el Ibiza tenía «matriculas reservadas» de la «presidencia de la Generalitat». Las placas que usan los vehículos camuflados de los Mossos.