La batalla del relato sobre el pacto aleja todavía más a los líderes de izquierdas

Francisco Espiñeira Fandiño
FRANCISCO ESPIÑEIRA REDACCIÓN / LA VOZ

ESPAÑA

BOUZA

La desconfianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias arranca desde hace más de un lustro y no para de crecer

28 jul 2019 . Actualizado a las 09:24 h.

Apenas 600 metros a pie separan los cuarteles generales del PSOE (calle Ferraz) y Podemos (calle Princesa). Moncloa queda un poco más lejos, a unos cuatro kilómetros. Pero la distancia entre los líderes de ambos partidos es, en estos momentos, insalvable. Esa es al menos la sensación que hay en los equipos directivos de los dos partidos de la izquierda española que han fracasado, por segunda vez, en la negociación de un Gobierno de coalición. Cuatro encuentros cara a cara y cinco conversaciones telefónicas en casi tres meses no han hecho más que certificar el imposible final feliz en las relaciones entre socialistas y podemitas.

Si la distancia física es corta, la distancia entre sus líderes, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, es insalvable. Las relaciones entre ambos nunca han sido fáciles. Iglesias procede del entorno del Partido Comunista. Como Irene Montero y la mayor parte de su cada vez más reducido núcleo de confianza -irradiador, en definición de Íñigo Errejón-. El PSOE y el PCE siempre fueron enemigos, pese a compartir un ideario de izquierdas. «Nuestro programa no se diferencia tanto», le repitió en varios momentos de los debates de investidura de esta semana Sánchez al líder del partido morado. Sin embargo, desde la aparición de Podemos en el escenario político español, su principal objetivo, proclamado a gritos en los mítines por toda España, siempre fue superar al PSOE.

Si Sánchez ha perdido cuatro votaciones para ser presidente de España, Iglesias también ha fracasado en el intento de ser más votado que el PSOE en sus tres duelos directos en las generales del 2015, 2016 y 2019.

Quizá por ello, la estrategia de Podemos ha cambiado. Iglesias se encuentra más cuestionado que nunca y la fuerza parlamentaria es casi la mitad de la que era hace cuatro años, en pleno asalto a los cielos. De la foto fundacional del partido morado ya solo sobrevive el líder y, lejos de los cargos institucionales, un Juan Carlos Monedero empeñado en ejercer como azote ideológico del resto de la izquierda. 

Intento de control

El control de Iglesias -y su intento de delegar en Irene Montero, su pareja, a punto de dar a luz - lo discuten en todos los rincones de España. Teresa Rodríguez y Kichi González, alcalde de Cádiz, fueron los primeros. Ellos, anticapitalistas, y pusieron el grito en el cielo por la compra del chalé de Galapagar. Pero las deserciones se han ido multiplicando: Compromís, el partido de Ada Colau, la fractura de En Marea, el nuevo partido de Gaspar Llamazares... Hasta su inseparable Alberto Garzón ha intentado romper amarras esta misma semana proponiendo apoyar un acuerdo programático con el PSOE. Si hace tres años el que abandonaba solo el Congreso era Pedro Sánchez, abandonado por los barones socialistas por su empecinamiento en el no es no, ahora el que no encuentra a nadie a su alrededor es Iglesias.

El problema es que las rencillas entre los dos rostros principales de la izquierda española son muy profundas. «Tiene el dudoso mérito de haber frustrado dos veces un Gobierno de izquierdas. Que se lo haga mirar», le espetó Carmen Calvo al de Podemos en la sala de prensa de la Moncloa. «Él es el escollo», le había dicho una semana antes el propio Sánchez. «La izquierda pierde incluso cuando gana, porque si se gana y no se gobierna no sirve de nada», le volvió a decir el presidente en funciones en su primera aparición televisiva tras el fiasco en el Congreso. Y hubo muchos más: «Necesito un vicepresidente que defienda la Constitución». «No controla ni siquiera a su partido»...

«Si Pedro tiene un máster de la Camilo José Cela, yo tengo un doctorado y dos carreras», replicaba Pablo Iglesias para intentar defenderse de las acusaciones de los socialistas de que su partido no tenía experiencia de gestión.

El resumen es que 84 días después de las elecciones generales del 28 de abril, las diferencias entre Sánchez e Iglesias mantienen paralizado al país. Y no parece fácil que superen su rivalidad. El supuesto pacto solo ha sido un arma arrojadiza.