Isabel Díaz Ayuso: el icono pop que agita el debate en el PP

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

Ayuso, en su gira americana, delante del Capitolio
Ayuso, en su gira americana, delante del Capitolio Craig Hudson | Europa Press

La presidenta madrileña, que se define como «tabernaria y pandillera», rompe los esquemas de Casado, que teme que consolide en Madrid un liderazgo ajeno a su control como el de Feijoo en Galicia

14 nov 2021 . Actualizado a las 11:23 h.

«Callejera, tabernaria y pandillera». Ningún político en España, por no decir en el mundo, se definiría de esa manera sin que a sus asesores de imagen les diera un patatús. Pero Isabel Díaz Ayuso (Madrid, 1978) sabe que está en la cresta de la ola y puede permitírselo. Cuanto más informal es su discurso —gamberro, dicen algunos— más respaldo popular acumula. El suyo es un fenómeno desconocido en la política española, acostumbrada a dirigentes de cartón piedra que repiten frases políticamente correctas incluso cuando hablan de cuestiones personales. Ni siquiera ahora, en plena batalla con la dirección de su partido por el control del aparato del PP en Madrid, abandona Ayuso esa actitud traviesa, retadora y despreocupada, más propia de una estrella del pop que de una política que maneja un presupuesto anual de más de 23.000 millones de euros.

Convertida ya en un icono popular en Madrid, en donde algunos bares sirven cerveza con su rostro impreso, Ayuso tiene la extraña virtud de convertir todo lo que se utiliza para atacarla en argumento a su favor. Lo sabe, y lo explota. La izquierda trató de ridiculizarla desde que alcanzó por sorpresa la presidencia de la Comunidad con el peor resultado del PP desde 1983. IDA, la llamaban, haciendo un juego pretendidamente gracioso con sus iniciales para referirse a sus desconcertantes salidas de tono. Pero es ese desparpajo, que le lleva a decir cosas como «mira, paso», en pleno debate en la Asamblea madrileña, lo que parece calar en un electorado que no para de crecer. Según las últimas encuestas, está ya a solo tres escaños de alcanzar la mayoría absoluta en Madrid.

Sánchez minusvaloró el tirón político de esta periodista con fama de chula —pero frágil y sensible, según los suyos— y trató de promocionarla confrontando directamente con ella para debilitar el liderazgo de Pablo Casado. Cuando el líder socialista quiso darse cuenta de su error, Ayuso presidía Madrid en solitario mientras el PSOE se daba un batacazo histórico en la Comunidad, relegado por primera vez a ser el tercer partido en votos y escaños. 

Tiene un plan, sabe lo que quiere y conecta con la calle

Casado, que apostó por ella cuando era una perfecta desconocida —lo que muchos en el PP consideraron un disparate—, empieza a comprobar que confrontar con Ayuso es lanzar una pelota de goma contra la pared. La presidenta madrileña expresa su fidelidad al líder, aunque el hecho mismo de tener que proclamarla indica que otros la ven como el relevo. Pero, incluso en esa muestra de lealtad, deja su sello. «La urna me da más libertad que los despachos», afirma para dejar claro que no cederá ante la presión de Teodoro García Egea, el secretario general temido en casi todas las organizaciones territoriales, pero al que Ayuso exaspera presumiendo de tenerlo bloqueado en uno de sus dos teléfonos. Sabe que su fortaleza está en la calle, y no en los pasillos de Génova, en donde su popularidad ya se percibe con cierto malestar, que algunos califican de envidia. Ayer, Egea empezó a pedirle que la cosa acabe en tablas.

Pero, ¿cuál es el problema de fondo? Recién llegado a la cúpula del PP, y necesitado de fortalecer su liderazgo, Casado designó a una política de perfil bajo, pero de su confianza —entonces era su amiga Isa—, para evitar que en Madrid surgiera otro liderazgo fuerte que le hiciera sombra, como el de Feijoo en Galicia o el de Moreno Bonilla en Andalucía. Pero ese juego de Pigmalión se le ha vuelto en contra, porque Ayuso ha resultado ser incontrolable. Y más, desde que decidió rescatar del baúl de los recuerdos — para espanto de Génova—, a Miguel Ángel Rodríguez, fichándolo como su jefe de Gabinete. El hombre que llevó a Aznar a la Moncloa encanecía ya como un Rambo jubilado. Pero ahora MAR está encantado de tener una nueva misión. Suyos son eslóganes como el de «socialismo o libertad», que llevaron a Ayuso a un triunfo arrollador que dejó a Pablo Iglesias en la lona y a Ángel Gabilondo, recuperado hoy como Defensor del Pueblo, literalmente en la UCI.

Dicen quienes la conocen que lo que le falta de profundidad de pensamiento le sobra de olfato político. Libertaria y anarquista de derechas, la han llamado. Pero tiene tres virtudes, admiten. Sabe lo que quiere, tiene un plan y conecta con la calle. Aunque su decisión de mantener Madrid semiabierto en plena pandemia fue muy criticada externamente, tenía un gran apoyo social como se vio en las urnas. Ayuso está ahora en lo más alto. Pero sabe que su mandato es de solo dos años, y que en las próximas elecciones tendrá más complicado ser el verso suelto del PP porque coinciden con las municipales y autonómicas del resto de España.

Por eso, para que Génova no le imponga el discurso, y menos las formas, quiere el control del partido y de las listas en Madrid. Discutírselo, como hace Casado utilizando al alcalde Martínez-Almeida como escudo, es una locura, según varios dirigentes populares consultados, que opinan que lo que debería hacer el líder del PP es utilizar el tirón político y mediático de la madrileña en su favor para tratar de catapultarse hacia la Moncloa. De momento, según los sondeos, Ayuso está a punto de lograr lo que en los últimos años, aunque con un manual distinto, solo Feijoo consiguió en el PP: liquidar a Cs y gobernar sin necesitar a Vox. ¿Acaso no es precisamente eso a lo que aspira Pablo Casado?