El clima en el Congreso se encanalla pese a las apelaciones a la concordia

María Eugenia Alonso MADRID / COLPISA

ESPAÑA

Encontronazo.  Baldoví (Compromís) pidió a Espinosa de los Monteros (Vox) en el Congreso la semana pasada que dejase su escaño tras ser condenado por no pagar la reforma de su «casoplón de cuatro plantas». El afectado solicitó la palabra y ?«más chulo que un ocho», en expresión de Rufián (ERC)? espetó: «Cuatro no, cinco plantas».
Encontronazo. Baldoví (Compromís) pidió a Espinosa de los Monteros (Vox) en el Congreso la semana pasada que dejase su escaño tras ser condenado por no pagar la reforma de su «casoplón de cuatro plantas». El afectado solicitó la palabra y ?«más chulo que un ocho», en expresión de Rufián (ERC)? espetó: «Cuatro no, cinco plantas».

Los partidos reconocen la crispación, pero se culpan unos a otros de la escalada de tensión en la arena parlamentaria

20 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«Los insultos tabernarios son impropios de un Parlamento» decía Rafael Hernando hace cuatro años a raíz de las palabras que dedicó Gabriel Rufián al exdirector de la oficina antifraude catalana, Daniel de Alfonso, durante su comparecencia en la comisión que investigaba la llamada operación Cataluña. El entonces portavoz del PP en el Congreso denunciaba la agresiva actuación del de Esquerra, quien tildó al interviniente de «gánster», «conspirador», «mamporrero» y «lacayo». Pero no más desacertada que la que él mismo protagonizó en los pasillos de la Cámara Baja en el 2005, cuando los nervios le dejaron a un paso de agredir a Alfredo Pérez Rubalcaba.

Que la imagen de la vida parlamentaria está en sus horas más bajas se constata a diario en la Cámara, pero también en la calle, en las redes sociales y en los análisis políticos. Ni en lo peor de la pandemia los partidos lograron una tregua. Más bien al contrario: lo han hecho crecer sin parar. «Se puede identificar una dinámica centrífuga, según la cual existe una inercia que favorece que los extremos políticos se alimenten entre sí, arrastrando a sectores moderados a participar de esa misma dinámica de confrontación y de bloques antagónicos, que se definen ante la ciudadanía más por su oposición a los partidos rivales que por sus propios posicionamientos ideológicos o sus propuestas de gobierno», explica Ramón Villaplana, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Murcia.

La sucesión de monólogos en lo que debería ser un debate de ideas incluye demasiado a menudo descalificaciones y exabruptos impropios del escaño. «¿Qué coño tiene que pasar para que usted asuma responsabilidades?», le espetó el pasado miércoles Pablo Casado a Pedro Sánchez, entusiasmando a las filas del PP y soliviantado a las del PSOE. «No van a salir de la radicalidad», lamentan los socialistas. 

Líneas rojas

La escalada en la crispación crece desaforada sin que nadie la ataje. Pleno a pleno los miembros de la Mesa se desgañitan llamando al orden y al decoro sin que muchos de los diputados se den por aludidos. Los toques de atención de la presidenta, Meritxell Batet, advirtiendo del deterioro de la convivencia parlamentaria caen en saco roto. Todos los grupos reconocen la crispación, pero culpan al adversario. «No hemos trasladado una crispación, nosotros trasladamos una realidad y una sesión de control vibrante e intensa porque queremos respuestas», defiende la portavoz del PP en el Congreso, Cuca Gamarra.

Para el diputado de EH Bildu, Jon Iñarritu, se han cruzado «algunas líneas rojas» hasta ahora impensables y reclama a la Mesa que si vuelven a traspasarse sea «estricta» en la aplicación del reglamento. «Siempre ha habido momentos broncos en política», señala el profesor Villaplana. Sin embargo, con la variedad de medios y de redes sociales, el politólogo avisa de que «cualquier personaje político puede conseguir la atención de miles de personas por sí mismo, aumentando la sensación de ruido y las polémicas, por encima de otras cuestiones de mayor relevancia».

Los diputados más curtidos insisten en que las voces altisonantes y las arengas hiperventiladas no reflejan la realidad del día a día. Reconocen que a pesar de que el clima está envenenado se producen debates de enjundia y mucho trabajo silencioso que no trasciende.