Querido papá: Las vacaciones de año nuevo chino han terminado. Por allá se va el buey, por aquí llega el tigre, que es, a todas luces, menos galaico. Es la primera vez en los cuatro años que llevo en Asia que no vuelvo por Covas. Mi intención era quedarme aquí a trabajar un poco y a disfrutar de las festividades del año nuevo. Lo primero lo he cumplido, pero no lo segundo. Tú, que siempre te has resistido a la imposición de las modas y costumbres del Imperio, sabrás a qué me refiero: uno espera encontrarse dragones de colores por las calles, fuegos artificiales a tutiplén, grandes desfiles, y se da de morros con tres o cuatro farolillos rojos, un petardo triste y tirando a flojo de vez en cuando, y mucha gente en los centros comerciales a la caza de la rebaja.
¿No te suena un poco a nuestras navidades sin Reyes Magos? Ya se sabe: cuando la modernidad entra por la puerta, las viejas tradiciones se van, cabizbajas, por la ventana. Eso sí: aquí, como en Ferrol, Halloween y Papá Noel están en alza. Extraño, un Taiwán de calabazas y renos, pero qué quieres: son siempre las costumbres ajenas las que más nos llaman la atención, sobre todo si salen en la tele. ¿Qué os voy a contar a los de tu generación, que abandonasteis a la Piqué por los Beatles? Y ahora reivindicáis la copla. Eso es mala conciencia. Pero no todo está perdido: hoy me contaba Carlota -una alumna- que, como ella es mujer tigre, no puede entrar, durante todo este año, en habitaciones de recién casados ni en casas nuevas: traería mala suerte a sus habitantes. Asegura que va a cumplirlo, yo creo que más por si las moscas que por creencia. Es lo que tienen las tradiciones: un no sé qué que nos centra y nos da paz. Por eso mismo la semana pasada pensé en ir al gimnasio vestido de peliqueiro, palo en mano, pero me acordé a tiempo de que por aquí saben kung fu. Aunque el mestizaje está bien en líneas generales, conviene no exagerar. Sobre todo en el año del tigre, que donde hay zarpa, hay zarpazo.