Los «folkies» se entregan a la música y el buen ambiente del festival
13 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.El desembarco no cesa. La marea multicolor del Festival Internacional do Mundo Celta se va extendiendo poco a poco por el pinar de la playa de Morouzos. Y por la noche alcanza los Jardines del Malecón, donde se han desplegado los puestos de la feria de artesanía y varios chiringuitos de comida, y la Alameda, escenario de los conciertos. En la velada inaugural entre el público ondeaban una bandera independista gallega y una enseña del condado de Cornualles, al sur del Reino Unido. Tony, británico, portaba el mástil, acompañado de Rosa, catalana, con quien vive en Folgoso, a diez kilómetros de la villa.
Sonaba la banda castellanoleonesa Folk on Crest y a pocos metros charlaban animadamente Jonas, alemán, y Eisel, cubana. «No acostumbro a escuchar música celta, prefiero la de los 60 y los 70, pero me encanta este sitio, el mar, el cámping, la gente... El ambiente me recuerda el festival Jimi Hendrix, que se celebra en Alemania». Al pie de los pantalanes, Rebeca y su amiga Inés, de Madrid, descansaban con sus bebés de cuatro meses en brazos y las otras dos hijas de Inés dormían.
El público brinca y bebe, casi con idéntica pasión. Javier y Pilar, onubenses, andaban de viaje por Galicia, en furgoneta, y se han acercado al festival. «Teníamos muchas ganas de venir, el ambiente es muy bueno». Dos chicos austríacos cuentan que también es su primera vez en el Mundo Celta. Les mueve «la curiosidad y la música». Como a Maggie, sexagenaria escocesa que vive en Nottingham, y a su marido, entregados a la actuación del grupo balear Boc. Otros muchos folkies, como las veinteañeras Ana y María Jesús, de Meira, aterrizaron ayer en Ortigueira. O Alberto y su pandilla de Narón, todos de treinta y tantos, dice. «Nos gusta todo, la acampada, el ambiente, la música, el compañerismo, los buenos servicios...». Como a otro de los grupos típicos del Festival, mezcla, diversidad... entre Alicante, Córdoba, Lugo y Reino Unido. «Me encanta el bosque (de Morouzos) y que esta mañana hayan venido a limpiar...», comentan, mientras buscan un local donde «probar un pescadito rico del Cantábrico».
«Creer en el ser humano»
El calor aprieta a mediodía en las inmediaciones del pinar. Decenas de voluntarios de Protección Civil controlan los accesos a la zona de acampada y a las calles del centro, de entrada limitada a residentes. Los autobuses de Arriva completan su recorrido, del aparcamiento de pago, en la entrada a la villa desde Espasante, a la estación de Feve y a Morouzos. Pero muchos folkies prefieren andar, tirando de las neveras con ruedas donde guardan sus víveres. Antonio y Clein, de Vigo, empujan el carrito de Alicia, su hija de 11 meses, ajena al bullicio festivalero. Y Sandra y Luis, tinerfeños, buscan refugio en el Museo Ortegalia y reivindican «el movimiento celta, una interesante filosofía que cree en el mundo, la naturaleza y el ser humano».