Al final resulta que, David, también es un ser humano. Con limitaciones, como todos, al fin y al cabo. Fueron tres olimpiadas, nada menos. Y con medallas. El español más laureado en los JJOO. ¿Y nos extraña que llegue un día, en que con treinta y tres años y demasiados de permanente sacrificio, este hombre se plantee que hay otras cosas en este mundo que una canoa y una pala, año tras año?
David tenía que pasar por esto, más tarde o más temprano. Por supuesto que cualquier deportista de su talla desearia disfrutar de una retirada envuelto en la gloria de una nueva medalla, de un último triunfo. Pero en la vida las cosas no funcionan así.
Leía con tristeza las circunstancias de la crisis que rodea a la decisión de David Cal. No es raro que estas brillantes carreras deportivas, cuando finalizan, lo hagan traumáticamente. SE sabe bien cómo empezar, pero nunca se piensa en cómo hay que terminar.
Esto me recuerda una anécdota que nos suele pasar a los surfistas, en nuestras diarias sesiones de olas. Cuando llevamos un buen rato en el agua y sería lógico salirse ya, por cansancio, frío, o porque alguien te espera en la arena, pero se da la circunstancia afortunada de que en ese momento cogemos una ola magnífica, es muy habitual que caigamos en la equivocación de volver a salir al pico para buscar otra ola como la anterior. Craso error. Nunca se vuelve a coger, el frío nos paraliza definitivamente, nos vence el agotamiento y, por si fuera poco, cuando llegamos a la orilla nos cae una buena bronca.
A mí me parece que a David le ha pasado algo así con su carrera deportiva. Pero es que, insisto, es un ser humano.