Ventajas poéticas

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

12 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En estos días de turbulencias independentistas, de repúblicas declaradas (o no), de tocatas carcelarias y fugas televisadas, encontré un antídoto eficaz a tanta matraca mediática. Lo tenía muy cerca, apartado encima de la mesa de trabajo. Se trata de un simple libro: una antología de poemas recién publicada. Sus páginas tienen una fuerza lírica muy superior a la prosaica realidad. En tiempos de tanto desasosiego, cómo va uno a sustraerse a la tentación de reconfortarse anímicamente con versos como estos: «Qué descansada vida/ la del que huye el mundanal ruido/ y sigue la escondida/ senda por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido», reflexión siempre vigente del sabio fray Luis de León; o esta delicadeza de Rubén Darío: «Margarita está linda la mar,/ y el viento/ lleva esencia sutil de azahar»; o este rotundo retrato socio-geográfico, de Manuel María: «A Terra Cha somentes é:/ un pobo aquí, outro acolá,/ mil arbres, monte raso,/ un ceo chumbo e tráxico/ no que andan as aves a voar./ O resto é soedá«. Como pueden fácilmente deducir, no resulta fácil dejar el libro de lado para pasar a la realidad convulsa de las noticias de prensa, radio y televisión. En los grandes poemas de las literaturas castellana, gallega e hispanoamericana está la fuerza de la atracción que ejerce este libro.

Y la reciente antología me recuerda con nostalgia otro libro de poesía que leí con enorme interés en mi adolescencia. Se trataba de Las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana, de Menéndez Pelayo, que descubrí en la pequeña biblioteca del Casino de mi pueblo. Aprovechaba la media tarde de los días de verano, cuando estaba casi vacío el salón social, para sentarme a leer el libro en la soledad de aquel pequeño cuarto. Aquello era un festín que yo disfrutaba poema a poema, verso a verso, palabra a palabra. Allí leí por primera vez los Romances del Conde Arnaldos, de Doña Alda, de Abenámar; el precioso Madrigal de Gutierre de Cetina; a fray Luis, a Lope de Vega, a Quevedo, a Campoamor... Aunque la selección acababa en Bécquer (don Marcelino no quiso problemas con sus contemporáneos y no incluyó a ninguno), a mí me parecía que toda la literatura y toda la belleza poética estaban incluidas en ese libro. La poesía, además de degustarla y disfrutarla interiormente -porque expresa sentimientos y reflexiones subjetivas de su autor- tiene tantas finalidades como destinatarios. Puede, incluso, servir para quedar bien o mal en público. Como le pasó a Hernández Mancha y a Adolfo Suárez en un debate parlamentario. Fue en 1987, con Suárez en el CDS y Hdez. Mancha como presidente de Alianza Popular. Este, en la moción de censura contra Felipe González, tuvo, de paso, una alusión muy dura contra el líder del CDS, insinuando que veía en él un interés muy grande en aproximarse a AP, y lo adornó con estos versos Qué tengo yo, que mi amistad procuras.., que como debe usted saber por ser de Ávila, es el primer verso de un soneto de Santa Teresa», dijo todo lleno de razón. Mientras Hernández Mancha bajaba de la tribuna de oradores, alguien le cuchichea algo al oído a Suárez, y este, ya desde el asiento, responde al de AP: «Como no solo conozco muy bien la obra de Santa Teresa, sino también la de otros poetas, le corrijo su ignorancia diciéndole que el soneto que empieza así es de Lope de Vega». Y Suárez empezó a parecernos también Menéndez Pelayo...