El tema de hoy responde a una sugerencia. Me la hizo, después de leer mi bitácora de la pasada semana, una mujer de cálida mirada, entrañable en el trato y con ese atrayente encanto de quienes no saben que lo tienen. Su comentario -que comparto- serio y con fundamento, se centró en el funcionamiento de la atención al cliente en las oficinas bancarias.
Los bancos, con la generalización de la tecnología, han descuidado significativamente la calidad de la atención personal, que debe esmerarse cuando el cliente, por circunstancias diversas como la edad o el desconocimiento de cierta terminología, se siente perdido al acudir a los bancos o recibir sus comunicaciones escritas. La tecnología y la distancia generacional entre empleados, expertos todos en informática y redes sociales, y muchos clientes, ha abierto una brecha que dificulta la comunicación entre ellos. Por eso el lenguaje debería adaptarse a quienes, y no es su culpa, no saben, ni tienen obligación, qué es el Euribor, la banca electrónica o la significación real de las cláusulas de ciertos contratos como las preferentes….
Por eso sería necesario buscar un rinconcito para el corazón en la ventanilla, real o virtual, que usan habitualmente miles de personas que necesitan algo más que una respuesta formalmente correcta. Y no debería ser difícil porque el uso del corazón es gratis y no ocupa lugar. Ofrecerlo a quien acaricia su libreta de ahorro (que ya solo recibe su pensión) como la única garantía de supervivencia o a quien no puede entender la compleja terminología al uso, es un deber, no una opción.