Dos máscaras

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

21 feb 2020 . Actualizado a las 23:33 h.

Así es, por más que no siempre lo reconozcamos: todos venimos del niño que fuimos en otro tiempo. Y ser capaces de mirar la realidad de nuevo a través de los ojos de ese niño nos permite volver a habitar territorios que ya solo existen en los sueños. Todos los carnavales, cada cual en su estilo, tienen su propia magia, que es la que nace del deseo de celebrar el hecho de existir y de jugar a convertirse, frente a la realidad de cada día, en algo distinto, a menudo en un misterio. ¿Cómo sería posible no admirar las estampas de una Venecia en la que los disfraces recuerdan el siglo de Casanova y en la que las máscaras sonríen desde las góndolas mientras la ciudad toda, bordada de canales y de palacios antiguos, envejece, como en las novelas, con la elegancia de una gran duquesa...? Pero uno, particularmente, y por supuesto sin restarle mérito alguno a tanta belleza, se emociona todavía más, si cabe, recordando aquellas mascaritas de su infancia, que aquí, en este rincón de Galicia donde Europa comienza, por lo general nos daban risa a los niños, pero de vez en cuando también miedo. Pasan los años, y sigo sin saber quién era aquel ser disfrazado al que yo, un Luns de Entroido, vi echar pie a tierra frente a nuestra casa, a la que vino a buscar pan, un pan recién sacado del horno. Su estampa se va desdibujando en mi memoria (han pasado casi cincuenta años, se dice pronto), pero recuerdo que el pequeño caballo que él montaba tenía muy largas las crines, que eran de color blanco, y que llevaba una gran manta a cuadros doblada sobre la silla. No tenía una careta, sino dos, aquel enmascarado que venía del monte, de Marraxón, e iba camino del mar. Yo le soñé después un Príncipe de Dos Cabezas.