En el momento en que escribo este artículo fueron asesinadas en España once mujeres por sus parejas o exparejas (masculinas, claro) en lo que va de año. En poco más de 40 días, diez víctimas, y sólo la última había presentado denuncia por maltrato. Se ve que el criminal que esos individuos llevan dentro no necesita manifestarse previamente con actos de menos trascendencia. Y desde que se contabilizan (2003), han sido 1.044 las mujeres asesinadas por hombres con los que habían mantenido una relación sentimental. El problema que tenemos ahora mismo en la sociedad es gravísimo, aparte de indignante y vejatorio para todos. Porque los hombres sentimos vergüenza por el comportamiento machista y criminal de estos despreciables congéneres. Y, por supuesto, sentimos pena por la muerte de tantas mujeres asesinadas sin consideración alguna por unos tipos con los que habían compartido, aunque fuese por momentos, vivencias que tenían que ver con el cariño y la intimidad. Y tenemos, tristemente, una gran preocupación porque estamos comprobando que esto es una guerra que suma cada día más víctimas. Es un cáncer social que hay que erradicar entre todos, porque las medidas bien intencionadas que aporta el Estado desde que se aprobó la Ley de Violencia en el 2004, no son suficientes. Esto es un problema general, que nos afecta de lleno, que se ha extendido en nuestra sociedad como el coronavirus en China, por lo que hombres y mujeres tenemos que implicarnos en su erradicación.
Un día le pregunté a un amigo policía cuál podría ser el origen de este odio iracundo que lleva a un hombre a matar a su mujer. Su respuesta fue inmediata: «la mayor fuerza física y un sentido enfermizo de posesión. En el colegio, añadía, todos conocimos al compañero abusón, con más fuerza y menos luces, que los demás. Esa tendencia dominante, si no se controla, va creciendo con el individuo hasta llegar a estos extremos criminales». Supongo que este policía experto sabe de lo que habla, pero también creo que a su diagnóstico se le podría añadir otro, que viene a ser complementario: las mujeres sufren violencia porque la sociedad es machista y patriarcal. Tenemos la obligación de remover estos fundamentos sobre los que se edificó la historia de Occidente. Hoy se necesita cambiarlos por otros más justos y, por lo tanto, más sólidos e igualitarios.
Y es en el terreno educativo donde hay que empezar a buscar soluciones a este gran problema. Y hay que hacerlo ya, porque los expertos ven con preocupación que las nuevas generaciones no sólo no vienen mejor equipadas para advertir la desigualdad y el machismo, sino que presentan un estancamiento, cuando no una involución. La combinación de nuevas tecnologías accesibles sin control parental (un alto riesgo de exposición temprana a la pornografía dura) con la falta de referencias morales, dan como resultado la normalización de comportamientos aberrantes que incitan a la imitación, como lo demuestran los casos de violaciones grupales, cuyos autores confiesan haberse inspirado en Internet. El asesinato de la mujer sólo es el final de un proceso de vejaciones y violencia que anida en algunos hombres desde su adolescencia. Por eso es tan importante aplicar, ya desde la escuela (y desde siempre en la familia) una pedagogía tenaz y decididamente educadora en el trato entre hombres y mujeres. Si queremos que la España del futuro, en este aspecto, no tenga nada que ver con el tétrico panorama de la actual.