Lo de antes, dicen...? ¡No sé yo...! A mí me parece que nada vuelve a ser lo de antes jamás. El tiempo sigue corriendo, y tiene la mala costumbre de desvelarnos el verdadero rostro de la naturaleza humana. Pero ahora ya sabemos bastantes más cosas. Sabemos muy bien, por ejemplo, quiénes son los amigos inquebrantables. Como sabemos qué es lo que importa de verdad. Por fin nos hemos enterado de que este siglo nuevo, en el que la tecnología avanza sin parar, está muy lejos de poder controlar los golpes del destino. Mientras tanto, los principios que sustentan el duro oficio de existir siguen siendo tan sólidos como siempre. O incluso más. La vida nos ha recordado que la palabrería no vale nada, como no valen nada tampoco los gestos vacíos, y nos ha dejado claro que -como tantas veces escuché de niño- «non hai que mirar o que a xente di, senón o que a xente fai». Pero mejor no estar jamás entre los que juzgan, ni tampoco entre los que excluyen. Ni, por supuesto, entre los que tiran la toalla. Llega un momento en el que el más alto destino de este mundo es procurar ayudar en todo cuanto sea posible. Sobre todo, si a uno le ayudaron tanto antes. Así que, aun siendo por naturaleza un pesimista, recordaré que no se puede renunciar a la esperanza. Tenemos que continuar caminando. Sin bajar la guardia ni por un instante. Seguiré aprendiendo de todos ustedes, que siempre están ahí. El futuro no está escrito y nos aguarda. Abro un libro de poemas de mi amiga Luz, de Luz Pozo Garza, leo la dedicatoria y la escucho hablar de nuevo, ahora desde la otra orilla del río: «A morte non existe. Este é o meu agasallo», me dice. Todas las estrellas siguen brillando allá en lo alto.