¡Tírate, tírate!

José Varela FAÍSCAS

FERROL

03 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El palafito de madera que había levantado Luis Zaragoza sobre la arena de Copacabana tenía dos plataformas. El bar, años más tarde, pub, se alojaba en la alta, a la que se accedía por una pasarela desde tierra firme. La inferior, con un chiringuito para helados y refrescos, y un pasillo con baranda y cabinas para mudarse, dejaba un amplio tablero como terraza con alguna mesa, que hacia la vía del tren casi enrasaba con la arena, pero que en el lado del mar alcanzaba una altura que a los niños de los años cincuenta nos parecía considerable. Cuando la marea sobrepasaba varios peldaños de la escalera que daba alcance a la terraza, era posible intentar la zambullida desde ésta. Más inocentes que temerarios, la proeza del lanzamiento al agua jerarquizaba la tribu infantil. La escala que medía las agallas del saltador era inversamente proporcional al calado de la marea: el más gallito era el que se arrojaba con menos agua (el símbolo del drama de Ramón Sampedro nos era ajeno, naturalmente). Los más pequeños de la pandilla animaban y retaban a los indecisos: ¡tírate, tírate! Alguno de los menos diestros de los imprudentes mozalbetes acabó con el torso profusamente arañado por las conchas semihundidas en la arena, y con severo escozor, por sucumbir a la incitación. Haría mal el Gobierno en precipitarse y levantar las restricciones antes de que la marea de la salud alcance el nivel idóneo para ello sin que su fracaso, que es por lo que suspira la derecha y sus tontos útiles, nos hiera a todos. Aunque se lo reiteren hasta el aburrimiento los palmeros mediáticos que lo jalean a diario con el ¡tírate, tírate! de mi niñez en la inolvidable playa de Copacabana.