Ideología

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

28 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo bueno del confinamiento es que tuvimos ese tiempo que añorábamos para leer sin dejar de hacer otras cosas. Tiempo hasta para releer aquellos libros que valen la pena. Para mí, uno fue La peste, de Albert Camus, muy apropiado por la situación en la que estábamos. Me interesé después por el autor, indagué en sus ensayos filosófico-políticos y descubrí a un intelectual perspicaz e íntegro, de los que hoy tanto escasean. Conocer de cerca su forma de pensar y de proceder en política me devolvió a nuestro triste presente en España. Y, por comparación, no pude dejar de lamentar que entre nuestros políticos no haya gente así, libre y fiel a su conciencia, empezando por los que nos están gobernando. Hay que aclarar que Albert Camus fue un hombre de izquierdas, que se rompió la cara en varios frentes por sus ideas, pero que sobre todo, supo ser coherente y honesto. Miembro del Partido Comunista francés, lo abandonó por radical desacuerdo cuando Stalin derivó en un sanguinario dictador. Militante de la Resistencia contra los nazis en París, rompió su amistad con Jean Paul Sartre, el gran icono de los intelectuales franceses, cuando este predicaba que usar la violencia era legítima si la causa era justa. Camus tuvo el valor de enfrentarse al santón de la progresía de entonces, ganándose el desprecio de todos los acólitos de aquel. Es que Camus era, ante todo, un hombre libre, defensor de la libertad de pensamiento. Sus ideas no eran de hormigón sólido, inamovibles. Estaba convencido de que la ideología, sea cual sea, no puede encarcelar al hombre. Y critica, sin ningún tipo de ambigüedad, los dogmatismos, tanto de la izquierda, como de la derecha.

La integridad era su grandeza, por eso se identificaba mejor con la gente sencilla y popular. Cuando en 1957 le concedieron el Premio Nobel de Literatura rehusó a todos los homenajes que le quisieron hacer en cada rincón de Francia aquéllos que querían seguir considerándolo uno de los suyos. Se equivocaban. Camus no era de nadie, excepto de la razón, del sentido común y del recto proceder. El único acto al que asistió fue a un homenaje que le hicieron unos viejos republicanos españoles, exiliados en Francia, a cuyo lado había luchado en la guerra de España.

Hoy, la ideología, la fidelidad a las siglas del partido político se impone con frecuencia al sentido común y al bien general de los ciudadanos. Falta la capacidad de crítica, de raciocinio, de independencia y de valentía para decir lo que uno ve bien o ve mal. Los errores, para corregirlos, primero hay que admitirlos. No entiendo cómo hay gente -incluso algunos amigos, a los que siempre tuve por objetivos y librepensadores- que sigue diciendo que la gestión que este Gobierno hizo de la pandemia ha sido aceptable. ¡Pero si estamos entre los tres primeros países del mundo que más muertos (oficiales) hemos tenido en proporción a sus habitantes! Y sin saber, tres meses después, cuántos compatriotas se nos han muerto… Se han contagiado más sanitarios que en ninguna otra nación por falta de material adecuado. Vamos a ser el país del mundo que más va a sufrir la caída de su economía; dos ministros mienten descaradamente en el Congreso y siguen impertérritos en sus puestos. ¿Cómo pueden negarse evidencias tan palpables y demostrables? Por eso hoy, en esta España rancia que deploramos, le doy más valor a la actitud de Camus: supo desembarazarse de la ideología sectaria y partidista para ser un intelectual honesto, fiable y progresista.