Una tarde con Sócrates

Juan Luis Montero TRIBUNA

FERROL

02 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Vaya por delante que no me considero un tecnófobo. Sin embargo, no soporto la actual adulación social e institucional a las llamadas Nuevas Tecnologías y, en particular, su imparable intromisión en las aulas de colegios, institutos y facultades. La educación a través de una pantalla digital no es educación. Es un negocio.

El ordenador y lo virtual deshumanizan un proceso relevante y complejo como el aprendizaje. Enseñar ha sido siempre un acto profundamente humano. Wifi, web, internet, software, hardware, online o tablet son conceptos que ya forman parte de nuestro lenguaje educativo cotidiano. Se nos ha hecho creer que las Tecnologías de la Información y la Comunicación (las famosas TIC) han venido para revolucionar la educación. Son el distintivo de la modernidad formativa, el icono de las aulas del futuro y la solución a los males de nuestro sistema educativo.

Pero, hoy por hoy, no hay evidencias firmes que avalen que el uso de una tableta electrónica sea más beneficioso que el de un libro o un cuaderno. Conectarse por vídeo-conferencia nada tiene que ver con mirar directamente a los ojos de tus alumnos. La educación es una experiencia interpersonal y no virtual. Debemos educar a nuestros estudiantes en el mundo real, es decir, offline.

Las aulas deberían ser un espacio creativo y libre de la dictadura digital. La lectura de un libro clásico, la visita a un museo o el consejo cercano de un profesor son experiencias genuinamente humanas, que ninguna pantalla puede sustituir. Es muy revelador que los altos directivos de las grandes multinacionales tecnológicas asentadas en Silicon Valley (California), envíen a sus hijos a centros educativos donde los medios protagonistas son la pizarra, la tiza, el lápiz y el papel.

En una ocasión, el conocido magnate del sector informático Steve Jobs dijo: «Cambiaría, si pudiera, toda mi tecnología por una tarde con Sócrates». Hay que regresar, pues, al cultivo de las humanidades y, sobre todo, no perder la dimensión de lo sencillo, lo sustancial, lo auténtico. Sin una formación sólida, profundamente real, no hay futuro. Como dijo el filósofo griego Sócrates: «Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia».