Vientos

José Varela FAÍSCAS

FERROL

05 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando regresa el viento a Pantín, Marnela recibe de cara las oleadas de aire ensalitrado que embisten desde el mar y embrean los cristales. Sopla sin tregua, para recobrar el tiempo perdido, y su silbido se agudiza a intervalos cuando frota los vértices de la casa. Por la noche, el bisbiseo imita el sonido de una ocarina manejada con desmaño, cuando no zarandea las persianas y asusta con hincharlas hasta desbaratarlas y ciscar las láminas por el campo. Es un aire nervioso e incansable como un chiquillo ahíto de chocolate. Pareciera que sotavento sea un término inapropiado aquí: no queda rincón a salvo. Su persistencia disuade de salir a caminar aunque en rigor no lo impida, pues no llega a ventarrón que zarandee al andarín pero convierte en áspera la placidez de los paseos por la costa. En estas circunstancias, renuncio a otear desde del promontorio de A Gabeira la punta Chirlateira que sobresale hacia el norte, como si se tratase de un hipopótamo que hundiese su hocico en el mar, o el monte San Xiao asaeteado en lo alto de su giba de dromedario con tres rejones de las antenas de telecomunicación. Queda para mejor ocasión visualizar al fondo el persistente bonete blanquecino y emborronado que cubre la sierra de A Capelada. Ha de darse por satisfecho uno con la magnífica vista que ofrece el valle cuando la carretera en su descenso desde las heridas que dejaron abiertas las canteras abandonadas dibuja la Volta da Corna -el talón de Aquiles de la desmesura de unos desmontes que apenas mejorarán la circulación-. Desde la curva descubro un valle pequeño, poco profundo y abocado al océano como una concha marina, poblado por mis recuerdos de tantos años.