Me alegró mucho leer en este periódico, hace unos días, un artículo muy elogioso sobre el escritor Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897 ? Londres, 1944). Lo que allí se decía venía a coincidir casi punto por punto con lo que yo pienso de este periodista y escritor sevillano, al que yo conocí casi por casualidad, y al que me rendí desde la primera página del libro recomendado, de lo cual, en su momento, dejé constancia en uno de los artículos de esta columna. Lo primero que leí de Chaves Nogales fue un libro que me recomendó un profesor de la Universidad de Murcia en un encuentro literario. Se titula Juan Belmonte, matador de toros, su vida y sus hazañas, escrito en 1934 y publicado por Libros del Asteroide en 2009. Empecé a leerlo con recelo, pues quien me lo recomendó fue José Belmonte, sobrino nieto del torero. Creí que podía haber algo de pasión familiar en su consejo, pero ese recelo se evaporó antes de pasar a la segunda página. Es su obra más famosa y considerada como una de las biografías mejor escritas jamás en castellano. Por eso, después de este libro, buscando más obras de su autor, me encontré con otra joya que me impresionó por su doble valor: el literario, con una capacidad descriptiva y narrativa fuera de lo común, y por el tratamiento objetivo y real de un tema tan complicado para cualquier español como es el de nuestra guerra civil. El libro se titula A sangre y fuego, y comprende nueve relatos que retratan a la perfección distintos sucesos de la guerra que Chaves conoció directamente. Estos nueve episodios fueron redactados entre 1936 y 1937, y en ese último año fueron publicados en Chile.
Pero antes de seguir hablando de este libro, quiero esbozar la personalidad del autor a fin de que se comprenda mejor el valor de la obra. Manuel Chaves era periodista en Madrid (director del diario Ahora, afín a Manuel Azaña) al estallar la guerra. Cuando el Gobierno de la República se traslada a Valencia, él se exilia en Londres. Vio ya lo suficiente para darse cuenta de que los dos bandos se habían radicalizado de tal forma que era imposible alcanzar la paz sin que hubiese vencedores ni vencidos. Él se había mantenido fiel a la República, pero había criticado con valentía periodística los excesos de la misma y que sus dirigentes se entregasen en manos de los comunistas, socialistas y anarquistas más extremistas.
En el otro lado, el avance de los sublevados venía cargado de fiereza y represión, lo que Chaves, desde su periódico, denunciaba también con firmeza. Por su valiente posicionamiento estuvo amenazado de muerte por los dos bandos. Su predicamento desde el periódico consistía en rechazar los dos totalitarismos enfrentados: el comunista y el fascista. Porque él se consideraba «un ciudadano liberal de una república democrática y parlamentaria», es decir, un español que no podía aprobar aquel torbellino de odio y violencia. Y quizá convenga aclarar que lo suyo era un liberalismo clásico, que hundía sus raíces en los Larra, Madariaga, Gregorio Marañón, Antonio Machado, etc. Manuel Chaves fue el hombre justo que no se casaba con nadie porque su solidaridad estaba al lado de los que sufrían. Su libro A sangre y fuego es uno de los mejores que se han escrito en España sobre nuestra guerra civil. Debería ser de obligada lectura en los institutos de todo el país porque podría vacunar contra el virus de los totalitarismos (fascismo y comunismo), cuya exaltación, por cierto, acaba de prohibir la Unión Europea.