Hace unos días, mi amigo Manel Bouzamayor y yo dedicamos una tarde entera a recorrer los paisajes de la Costa da Morte que guardan la memoria de un escritor al que admiro muy especialmente: Juan Benet, uno de los grandes autores europeos del pasado siglo y creador de páginas prodigiosas, como las de Herrumbrosas lanzas. Un narrador excepcional —y magnífico ensayista— que ejerció su profesión de ingeniero al frente de colosales obras públicas como la de la presa del río Xallas, y que además pasó largas temporadas en Corcubión, lugar que también mantiene vivo el recuerdo de Carmen Martín Gaite (gran amiga de Benet, como bien se sabe) y de todo un Premio Nobel, Camilo José Cela. Bouzamayor, presidente de Terras de Ortegal, que al igual que el autor de Volverás a Región dedicó su vida profesional a la ingeniería, colaboró estrechamente con Benet en varios proyectos de creación de nuevas infraestructuras. Pero de él, de don Juan, recuerda, sobre todo, las largas conversaciones de sobremesa. Unas conversaciones en las que el escritor dejaba bien patente que su talento como contador de historias no se limitaba a la página impresa, sino que abarcaba también el viejo arte de narrar de viva voz, que es casi tan antiguo como el fuego.
Al pasar por Fisterra —territorio, a su vez, decididamente celiano— nos encontramos con que la iglesia de Nosa Señora das Areas, el templo en el que se venera la imagen del Santo Cristo fisterrán, tenía sus puertas abiertas. Me conmovió profundamente estar ante la imagen del Crucificado, o Santo da Barba Dourada. Una magnífica talla medieval que yo conocía sobre todo a través de fotografías —parece ser que la vi una vez de niño, pero el tiempo ha borrado por completo la memoria de aquella jornada—, y que me alegró poder contemplar pausadamente ahora.
(Se me olvidaba decirles que la casa de Corcubión en la que vivió un tiempo Benet ya no está habitada. Pero que en una de sus ventanas aún se ve una caracola que ignoro si perteneció o no al escritor, aunque a mí me gusta pensar que fue suya, y que cuando leía, o tal vez incluso mientras escribía, la tenía a su lado).