La planta de As Pontes agota su vida útil después de operar durante 47 años y convertirse en una pieza indispensable de la cesta de generación del país
04 oct 2023 . Actualizado a las 13:37 h.Galicia borra el negro y tiñe un poco más de verde su mapa de generación energética. La central térmica de Endesa en As Pontes, la última de carbón de la comunidad —tras el apagado, hace tres años, de la de Meirama, propiedad de Naturgy—, vive sus últimas horas de operación, con el quemado de sus existencias finales de mineral. Cuando los técnicos de Endesa aprieten el botón que dejará inactiva la planta, atrás quedará medio siglo de historia de la mayor térmica de carbón del país, considerada durante décadas una de las joyas del parque eléctrico por su rendimiento y fiabilidad. Cuarenta y cinco meses después de que la compañía solicitase la autorización de cierre al Ministerio de Transición Ecológica, la instalación exprime su entramado industrial para producir los últimos megavatios. Su balance histórico arroja cifras mayúsculas, con 280.000 horas de funcionamiento por cada uno de los cuatro grupos con los que cuenta la factoría, y un total de 350.000 gigavatios a la hora, con una media de 7.500 al año.
En la instalación, los últimos días de funcionamiento se viven con la misma rutina técnica que hace años. Simplificando: el carbón —procedente de Indonesia— se quema en una caldera cuyo calor se usa para transformar el agua en vapor y hacer girar las turbinas con las que se produce la electricidad. Emocionalmente, es otro cantar. Los trabajadores confiesan la mezcla de sentimientos que experimentan, sabedores de que participan, no obstante, en un momento histórico.
En la térmica pontesa, en este pasado miércoles de finales de septiembre, las máquinas mueven el último mineral en el parque de carbón, en el interior de la central se muele en los molinos y está activa la desulfuradora, con la que el proceso se lleva a cabo de forma menos contaminante que hace años, ajustándose a las exigencias que ha marcado la Unión Europea. Y todo ello, en una mecánica altamente automatizada, en la que la presencia de los trabajadores, tanto propios como externos, se ha ido reduciendo.
Actualmente, unos 60 empleados de la plantilla directa de Endesa se encargan de la operación de la central, aunque también trabajan entre 60 y 80 personas de las compañías auxiliares. Desde hace años, la térmica solo opera con un grupo, actualmente con el número dos. La última remesa de carbón comprada por la eléctrica fue de 540.000 toneladas, y en este momento quedan alrededor de 15.000. Cuando se agote el mineral, la terminal dejará de funcionar. Desde el pasado 10 de agosto, la empresa cuenta con el permiso del Ministerio de Transición para fundir a negro las instalaciones. Una vez que eso suceda, dispondrá de un año para obtener el acta de cierre, que se concederá tras certificar la Administración que la planta se ha desconectado de la red. Aunque hay doce meses por delante, la intención de Endesa es la de obtener el acta antes de que finalice el año. A partir de ese momento, dispone de otros tres ejercicios para proceder a su desmantelamiento. No obstante, una vez que se proceda a la paralización de la central, comenzará un proceso para «llevar la instalación a una condición segura», según explica el director, Ignacio Sainz. La plantilla vaciará líquidos y desenchufará equipos eléctricos, entre otros, aunque mantendrá otros servicios básicos, como ascensores y grúas, que serán necesarios para los trabajos de desmontaje. Todas esas tareas culminarán con la llegada del verano, y a partir de ese momento se activará el desmantelamiento, en el que trabajarán, en los momentos punta de actividad, unas 200 personas.
Pero mientras el carbón sigue alimentando las últimas horas de la planta —de 1.400 megavatios, con capacidad para abastecer el 9 % de la demanda energética del país—, el trabajo no se detiene hasta el último momento, aunque los habitantes de este entramado industrial ya han activado mentalmente la cuenta atrás para el apagado. «Que conste que esto ya lo hemos vivido, la noche de San Juan del año pasado. Acabamos el carbón y pensamos que ya no iba a volver a funcionar, hasta grabamos los últimos momentos», recuerda Jesús Ferreño, responsable de Operación de la térmica.
Ahora, a diferencia de entonces, existe la certeza de que no hay vuelta atrás. «La caldera se apagará, abriremos el interruptor de salida a la subestación y quedará parada la generación eléctrica», explica Ferreiro. Después, será el personal del centro de control de gestión de la energía de Endesa el que comunique la desconexión a Red Eléctrica.
El cierre, impulsado por las políticas española y europea para la descarbonización de la economía, dará paso a proyectos eólicos de la compañía en la zona, con el objetivo de sustituir la generación por carbón por parques que funcionan con la fuerza del viento. Actualmente, Endesa tiene proyectos por 600 megavatios que cuentan con la declaración de impacto ambiental, y previstos otros mil. «El relevo será con un recurso local, que es el viento, y también con el ciclo combinado, que hoy por hoy es el que está dando respaldo a las fuentes renovables», explica el director de la térmica, Ignacio Sainz.
Con nostalgia y esperanza
«Vivimos estos días con nostalgia, porque los 37 años que pasé aquí no se pueden olvidar, pero también esperanzados en que las energías renovables puedan generar un futuro sostenible», afirmó José Antonio Velo, responsable de Mantenimiento, quien apela a la «concienciación ciudadana» para evitar la judicialización de los parques.
En el corazón del control de la central también las emociones fluyen al paso de las horas. Juan Couce, jefe de turno, ferrolano que lleva 16 años en Endesa, ve aproximarse el momento de volver a Extremadura a ocupar la plaza que le fue asignada cuando se activó el proceso de cierre. Dejará a su mujer y a dos hijas pequeñas en la urbe naval. «No por esperado es menos doloroso», admite. Su compañera Laura Rodríguez, la única mujer en el departamento de Operación, se confiesa «con mucha pena y nostalgia» ante lo que califica de «cierre de una etapa, de un tipo de instalación que ya no se volverá a ver más».
El pontés Leonardo Deza, con 38 años de trayectoria en Endesa, será prejubilado con el apagado. Declara, emocionado, sus sentimientos encontrados. Piensa en las personas que padecen la cara menos amable de la transición energética. «Eu xogaba na mina cando era Calvo Sotelo. Agora esperemos que veñan as industrias anunciadas», subraya, con la mirada puesta ya, como sus compañeros y el resto del pueblo, en un nueva etapa de futuro.