Darío Villanueva, San Rosendo y el horizonte de A Capela

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

Ramón Loureiro

29 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La concesión del Premio Otero Pedrayo a Darío Villanueva me ha dado una inmensa alegría. Admiro mucho a Darío, que no solo es uno de los intelectuales españoles de mayor prestigio en el mundo, sino también la prueba evidente de que la Terra Chá es especialmente fértil en grandes figuras de las letras. Nacido en Vilalba en el año 1950, Darío Villanueva ha sido, entre otras muchas cosas, rector de la Universidad de Santiago y director de la Real Academia Española. Ha desempeñado, por tanto, dos de los más hermosos cargos de cuantos existen sobre la faz de la tierra. Pero lo que a mí me parece verdaderamente sustantivo, de todo cuanto él hace y ha hecho, es lo que ha escrito. Porque sin Darío Villanueva hoy no sabríamos entender —al menos no de la misma manera— cómo surgieron, para la eternidad y siempre en forma de milagro, esos gigantes de la literatura que fueron —cito solo algunos ejemplos— Valle-Inclán, Quevedo, la condesa de Pardo Bazán, Delibes, Sánchez Ferlosio y (cómo no) Cervantes, Baroja y Cunqueiro. Quiere uno decir, con esto, que quienes amamos la literatura no solo estamos en deuda con Darío, sino que lo estaremos siempre. Por todo cuanto su obra nos ha desvelado, y por lo tanto enseñado; por su compromiso con lo esencial, con el alma de nuestra cultura, con lo que verdaderamente está llamado a trascender; y, por supuesto, por el alto vuelo de cuanto escribe; cualidad —la de escribir maravillosamente, digo— que no deja de ser un tanto peligrosa, porque aquí, al igual que remar contra la corriente, jamás se perdona.

Pensaba yo en esto —en la verdadera naturaleza de la literatura, que Darío Villanueva ha sabido iluminar como quien atraviesa la noche con un farol en la mano—, y también en que todo cuanto tiene nombre es, de alguna manera, cierto, cuando estuve en A Capela el jueves. Porque pocas cosas hay más valiosas que la esperanza y el afecto.

Por cierto: me dio mucha pena ver que ha cerrado sus puertas, por jubilación, Casa Pepe, que era —como Casa Toñita, que ya ha cerrado sus puertas también— uno de esos lugares entrañables, situados al pie de la carretera, en los que a mis amigos y a Servidor de Ustedes mucho nos gustaba, siempre, parar a tomar café al pasar por A Capela; por ese mágico país en el que, como sucede también en la Terra Chá, uno siente que la raya del horizonte, envuelta en la luz de un cielo que allí da la impresión de estar siempre al alcance de la mano, parece, más que una lejanía, un inmenso abrazo y una barrera protectora que todo lo envuelve. En A Capela, en la iglesia de Nosa Señora das Neves, se custodia el relicario, traído en su día del monasterio de San Xoán de Caaveiro, en el que se conserva, como sin duda Darío Villanueva sabrá, el alba de San Rosendo. Al ser un alba gigantesca, hay quien sostiene que no es una reliquia verdadera. Pero yo creo firmemente que sí. Y afirmo, como decía otro amigo muy querido, Xelo López Sueiro (que además de alcalde de A Capela fue presidente del Racing de Ferrol, y que a la vez era un poco pariente mío por parte de Miña Madriña Carmen), que del tamaño del alba se desprende que San Rosendo «tiña que ser moi completo». ¡Qué gran persona era Xelo...! Y qué gran persona (¡y qué grandísimo escritor...!) era también Xabier P. Docampo, que había nacido en Rábade y vivía en A Coruña, pero que pasaba en A Capela parte del año, convirtiendo ese lugar en otra capital literaria. ¿Cuándo habrá un Día das Letras Galegas para Xabier...? Ojalá sea pronto. Es de justicia que lo tenga.

Ramón Loureiro