Tres reyes, Eugenio García Amor y la forma de los pájaros

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

JOSE PARDO

12 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

mi modesta colección de figuras de los Reyes Magos se ha visto incrementada con tres piezas que un amigo me ha traído de Nápoles. Son de barro pintado a mano, y auténticas miniaturas, tan pequeñas que las tres juntas caben perfectamente en la palma de la mano. Don Melchor viste una túnica de color verde oliva, una capa granate, una muceta de armiño y una corona dorada; don Gaspar, una túnica de color burdeos, una capa azul y un turbante color crema; y don Baltasar, por último, luce una túnica del color del jade, una capa del color de las esmeraldas y un turbante del color del melocotón.

Desde que era niño siento un gran afecto por Sus Majestades de Oriente, a quienes he tenido el honor de saludar en persona en un par de ocasiones (no sé si llegué a contarles a ustedes, creo que sí, que la primera vez que vi a los Magos de Oriente bajaban, montados en sus respectivos dromedarios, por el Camiño do Valadoiro, en Sillobre). Y si bien es cierto que hace muchos años ya que don Melchor, don Gaspar y don Baltasar no me traen nada, creo poder afirmar, sin temor a equivocarme, que me siguen honrando con su amistad.

Por cierto: hay un libro, de cuyo nombre no quiero acordarme, en el que los Reyes Magos, al pasar por Vilalba, de camino hacia As Pontes —para continuar después su viaje por lugares como Ortigueira, Cariño, San Andrés de Teixido, Cedeira, Valdoviño y Neda, antes de adentrarse en la Tierra de Escandoi—, ven a lo lejos, y a través de una ventana iluminada en medio de la noche, a Eugenio García Amor, prelado de honor de Su Santidad el Papa, que está escribiendo un poema al amparo del silencio de la madrugada. Y les comento esto —lo del libro cuyo título no viene a cuento— porque no quisiera dejar de contarles, tampoco, que García Amor, Don Uxío, que durante una etapa muy importante de su vida residió en Ferrol, acaba de cumplir 95 años. Un acontecimiento, este, que en el Real Seminario de Santa Catalina, en Mondoñedo, que es donde él vive ahora (ha vuelto, de mayor, al lugar en el que estudió de niño), se celebró con una gran tarta de bizcocho. Una tarta muy bien decorada con flores de azúcar; y coronada con dos velas, una en forma de nueve y otra en forma de cinco.

Mi abuelo Ramón, Meu Padriño, que era panadero, decoraba las empanadas —acabo de acordarme, no sé por qué, ahora; y disculpen ustedes la melancolía, pero los recuerdos nos ayudan mucho a seguir caminando— con todo tipo de figuras. Y de todas ellas, las que a mí más me gustaban eran las que tenían forma de pájaro.

No me hagan mucho caso. Pero tengo yo para mí que quizás la historia del arte también esté en deuda con quienes han creado cosas hermosas no para la posteridad y los museos, sino únicamente con el humilde y noble deseo de hacer mejor la vida de los demás. Cosas como los pájaros modelados con masa de pan, las tartas de bizcocho con flores de azúcar o, por poner otro ejemplo, las figuras de los Reyes Magos que vienen de Nápoles.