Antes de nada, permítanme ustedes que, sin dejar pasar ni un día más, también yo les desee una Feliz Navidad. Una Feliz Navidad y además, por supuesto, un Año Nuevo lleno de buenas noticias tanto para ustedes como para todas las personas a las que ustedes quieren. Suele decirse que los lectores son esos amigos de los que a menudo no conocemos ni el nombre, pero yo creo que en realidad son bastante más que eso: en mi opinión, los lectores, que son quienes de verdad le dan vida a todo cuanto se escribe, son una verdadera familia. Otra familia nuestra, a la que uno nunca sabe muy bien cómo darle las gracias y que, con una generosidad infinita, está ahí siempre.
Con muchos de ellos tuve la suerte de coincidir el jueves durante el acto que se celebró en la Facultad de Humanidades, en el Campus Industrial de Esteiro, en memoria de la amistad de Carlos Casares y de Gonzalo Torrente Ballester. Un acto cuyo recuerdo, se lo aseguro, algunos guardaremos en el corazón para siempre, y que trajo a Ferrol a Javier Casares, al hermano de Carlos, narrador brillantísimo, extraordinario ser humano y memoria vida del autor de Vento ferido. Hay personas que hacen, siempre, que todo sea mejor. Como Javier, claro. O como ustedes, sin ir más lejos.
¿Y cómo no le va a desear uno ya Feliz Navidad, aunque todavía falte una semana para la Nochebuena, a quienes hacen mejor el mundo, a quienes ayudan a mirar más lejos, a quienes nos han disculpado tantos errores, a quienes han permanecido a nuestro lado tanto en los buenos como en los malos momentos...?
(Si uno tuviese al alcance de la mano las magias de este Viejo Reino —que, por desgracia, no las tiene—, a mí mucho me gustaría, en este momento, poder hacer un caballo de papel que supiese galopar por el cielo, y escribirles en él a mano, aunque tengo muy mala letra, queridos amigos, mi felicitación navideña. Pero como la magia escasea, ese caballo lo sueño).
Sería bonito saber hacer, con papel de color, un caballo así. Un caballo que atravesase los cielos de la Navidad llevando, con mi felicitación, mi gratitud y mi afecto. Para todos ustedes. Y también, por citar algunos ejemplos más, para cuantos aprendieron a amar los libros en la escuela de O Souto, en Sillobre, a unos pasos de la fuente de San Ramón, en la que tantos milagros hace el agua; y para todos los maestros y profesores que tuve a lo largo del tiempo; y para cuantos ejercen el oficio de vivir con los ojos abiertos y dar testimonio de ello; y para quienes no tienen a dónde ir; y para quienes trajo a mi vida el atletismo (Quique Pantín, Juan Rico, Marcelo Amado, Rosa y Elena, Sordo, Tuimil, Irazu, Mariano Haro, Abascal, Isidoro Hornillos, Manolo Martínez, Javier Álvarez Salgado, Barbeito, Rocío, Francho, Pérez, Barbeito, Otero, Monchiño de Neda...); y para los que leyeron a Virgilio en el Seminario de Mondoñedo (García Amor, Segundo, Félix, Toño, Benito, Ramón Antonio, Bello Lagüela, Carlos, Cándido, Xosé Francisco, Javier, Juanjo, Luis, Antón, Ramón Otero...); y para todos esos grandes conversadores a quienes tantas maravillosas historias les debo (Álvaro Espilla, Anxo, José Luis Santalla, Couce Fraguela, Narciso...). También para la Tierra de Escandoi entera, para quienes han hecho posible que exista la Última de Todas las Bretañas, (Luis, Tucho Calvo, Martinho, Tino Martínez, Isabel de Vilar, Emma Valcarce, Palacios, Keno...) y para tantos y tantos poetas (Carlos Vidal, Medos, Xulio Valcárcel, Araguas, Fernán-Vello, Gildo Franco, Julia Uceda...). Para ellos y, claro está, para ti, mis mejores deseos. ¡Para todos ustedes! ¡Bo Nadal!