La odisea de emigrar de Cuba a Galicia por la ruta clandestina de los Balcanes: «Fue horroroso»

BEATRIZ ANTÓN FERROL / LA VOZ

FERROL

Yeinet, en la tienda solidaria que Dignidad tiene en Canido, donde colabora como voluntaria
Yeinet, en la tienda solidaria que Dignidad tiene en Canido, donde colabora como voluntaria JOSE PARDO

Junto a su marido y sus dos hijos, Yeinet entró en Europa por Serbia y tardó un mes y medio en llegar a Ferrol. Cruzaron montañas a pie y pasaron por tres campos de refugiados

01 feb 2024 . Actualizado a las 13:38 h.

«En Cuba la situación es terrible. Cada vez hay más inseguridad, se pasa hambre y no hay futuro para mis hijos». Así resume Yeinet Díaz Gómez, cubana de 38 años, qué fue lo que la llevó a abandonar la isla caribeña hace poco más de un año. Junto a su marido y sus dos hijos, dejó toda una vida en Guantánamo para volar a Belgrado e iniciar un largo periplo desde Serbia a España, pasando por Bosnia, Croacia, Eslovenia e Italia, con estancias en tres campos de refugiados y recorriendo a pie muchos tramos transfronterizos. Lo cuenta ya en Ferrol, su destino final, adonde llegó a principios de agosto del 2022 para construir una nueva vida y de donde ya no se piensa mover. «Ahora esta mi casa», cuenta tras el mostrador de la tienda solidaria de Dignidad, en Canido, una de las entidades que le tendió la mano al llegar a la ciudad naval. Colabora como voluntaria con esta asociación sin ánimo de lucro, de la que recibe ayuda para pagar el alquiler, y a la espera de obtener su permiso de trabajo, se saca algo de dinero en la economía sumergida, cuidado a personas mayores.

Pero para contar bien esta historia hay que remontarse al 16 de junio del 2022, cuando Yeinet, su marido Edyberto y sus dos hijos, que ahora tienen 12 y 17 años, dejaron Cuba. Él trabajaba por un sueldo mísero como administrador de una panadería. Y ella vendía en su casa todo tipo de artículos que compraba en Rusia y Haití, adonde los cubanos pueden viajar sin visa. Pero Yeinet cuenta que las autoridades comenzaron a ponerle trabas para viajar y, además, se acercaba el momento en el que su hijo debería entrar en el ejército para cumplir el servicio militar, que en Cuba dura dos años. Todo eso, sumado a la pobreza y la falta de oportunidades en la isla, les animó a dar el paso.

Primera opción, EE.UU.

Primero pensaron en emigrar a EE.UU. —«el sueño dorado de cualquier cubano»—, pero llegar hasta allí a través de Nicaragua resultaba demasiado caro, así que el matrimonio decidió volar a Belgrado, capital de Serbia, país de libre visado para ciudadanos con pasaporte cubano por aquel entonces (ahora ya no). Allí comenzó un largo viaje para llegar a España a través de la ruta clandestina de los Balcanes con ayuda de un «coyote», un guía que les iba indicando de forma virtual el trayecto a seguir a través del teléfono móvil, previo pago de 200 euros por cabeza. Tras pasar diez días en la ciudad serbia de Novi Sad, Yeinet y su familia viajaron a la frontera con Bosnia y esperaron hasta la noche en un cementerio para poder cruzar a bordo de un bote al otro lado del río. El plan estaba claro: llegar a España pasando por distintos campos de refugiados en busca de protección y asilo. «Una vez estás en un campo de refugiados te dan un carné y ya no te pueden expulsar del país y virar a Cuba», apunta Yeinet.

En la imagen, la ruta que les iba marcando el «coyote» a través del móvil
En la imagen, la ruta que les iba marcando el «coyote» a través del móvil

Ya en Bosnia, la familia caminó 15 kilómetros y cogió un bus para llegar al campo de refugiados de Sarajevo, donde había otros muchos migrantes de Burundi, Ucrania, Pakistán... «La vida en estos campos es muy dura, se ve mucha miseria y necesidad», apunta en un inciso. Allí estuvieron unos diez días hasta que viajaron en bus hasta el campamento de refugiados de Bihac, al noroeste de Bosnia, donde pasaron más de una semana. Y de ahí cogieron un taxi a la frontera con Croacia, que cruzaron a pie durante cinco días y cinco noches. «Aquello fue lo más duro de todo. Teníamos que dormir al raso, pasamos mucho frío y nos quedamos sin alimentos ni agua... Menos mal que encontramos un pozo. Yo no dejaba de llorar y mis hijos fueron unos valientes. En vez de quejarse, me animaban y me daban fuerzas para no caer en la desesperación».

Yeinet, con uno de sus hijos, en un campo de refugiados de Croacia
Yeinet, con uno de sus hijos, en un campo de refugiados de Croacia

Tras salir de aquella «selva», como la recuerda Yeinet, la Policía los detuvo ocho horas y después los llevó al campo de refugiados de la capital croata, Zagreb, donde estuvieron unos doce días. Y de allí dieron el salto a Eslovenia, para viajar luego hasta Italia y España en tren y bus. Al llegar a Barcelona no sabía bien qué hacer, alguien les habló de Ferrol... Y decidieron poner rumbo a este rincón de Galicia tras una periplo que Yeinet califica como «horroroso» y en el que gastaron todos sus ahorros.

«Para un cubano descendiente de españoles es fácil venir a este país, pero para los que no tenemos raíces resulta mucho más complicado», cuenta esta ferrolana de adopción, al tiempo que explica que muchos compatriotas no lo logran y son devueltos a la isla tras ser interceptados en algún punto de la ruta de los Balcanes. Y aunque asegura que los comienzos en Ferrol no fueron nada fáciles —durante dos meses la familia vivió hacinada con otras nueve personas en un piso—, se siente afortunada, porque con la ayuda de Cáritas y Dignidad han conseguido abrirse camino.

En junio, si todo sale según lo previsto, tanto ella como su marido tendrán su permiso de trabajo y podrán acceder a un empleo de forma legal. Ella sueña con ser peluquera, y él, con formación como contable, está dispuesto a trabajar «en lo que sea». «Pero tengo claro que de aquí ya no nos movemos», insiste Yeinet. «Ya no sueño con EE.UU. Prefiero vivir en Galicia, donde hay seguridad y tranquilidad y siento que podemos tener un futuro».