El poeta errante

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

18 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

e interesé por el poeta alemán Rainer María Rilke (1885-1926) cuando me enteré, hace años, de que Torrente Ballester había traducido al español una de sus obras más importantes, Las elegías de Duino, que aquel había publicado en 1923. Me gustó su poesía —con un aire innovador, aunque conservando una agradable tonalidad romántica—, pero me sorprendió más el hombre que la escribió. Su biografía es el testimonio del poeta bohemio y desclasado, que vive entregado a su arte, que vive en “modo poeta”, identificado con la poesía y que, de paso, trata de vivir de ella. Sin duda, es el poeta europeo más brillante de los años 20 del siglo pasado. Rilke, además, es la reencarnación de don Juan Tenorio en la fisonomía elegante de un hombre sensible e inteligente. Gracias al don de la palabra poética logró alcanzar el mecenazgo y la protección en las alcobas de muchas damas de la alta aristocracia europea. Seducía a estas mujeres de alto copete con su aire melancólico porque utilizaba sus versos profundos y delicados como armas de seducción.

Hay gente, hombres y mujeres, que tienen la facilidad de la palabra, el carisma de su voz, la sutileza de la mirada, la convicción en todo lo que dicen, como unos dones adquiridos de nacimiento. Y los utilizan sin ningún reparo. Sin ir más lejos, yo tuve un amigo, en la época de estudiantes en Santiago, que nos maravillaba a todos por su facilidad para ligar con las chicas que se proponía. Le preguntábamos por el secreto, y siempre respondía: «No hay secreto, las enamoro a punta de dialéctica».

Volviendo a Rilke, al acabar sus estudios universitarios publica un par de libros y decide vivir como poeta iniciando una vida trashumante, siempre a la caza de mujeres benefactoras que le saquen de la escasez económica en la que estaba condenado a vivir.

Viajó por Europa e inició sus relaciones amorosas: hoy una condesa alemana, mañana una princesa austro-húngara (la destinataria de Las elegías de Duino); pasado, una intelectual rusa, y siempre con su forma peculiar de conquista amorosa: una aproximación desde la ternura, unos versos inflamados en pasión, y una vez lograda la seducción de la dama, se marchaba a otro lugar. Rilke llegaba, enamoraba y huía dejando unos versos o unas cartas o un algo que mantenía la llama viva, porque él no se cansaba de repetir que el amor vive en la palabra y muere en las acciones. Siempre se iba, quizás también sabedor de que su destino estaba en otra parte, aunque nunca supo exactamente dónde. Lo único cierto era que en cada lugar dejaba un amor, unas cartas, un poema y la pena por su ausencia.