La primera vez que vi correr a Adrián Ben Montenegro, Adry, él era casi un niño, pero ya entonces me impresionó su determinación, esa cualidad de los atletas verdaderamente grandes que nace del convencimiento de que en una carrera no solo se compite con los demás, sino también —y aun diría que esencialmente— con uno mismo. Por aquel entonces, de la mano del recordado Mariano Castiñeira, que además de un gran entrenador fue una de las mejores personas que habitaron este mundo, Ben comenzó a progresar paso a paso, dejando claro, año tras año, que estaba llamado a escribir su nombre con letras de oro en el atletismo mundial. Ahora, entrenado en Madrid por Arturo Martín, Adrián, que nació en 1998 y que, si no me equivoco, estará de cumpleaños el 4 de agosto, se dispone, cuando ya es una de las grandes estrellas del atletismo mundial, a disputar la prueba de los 800 metros en los Juegos Olímpicos de París.
Tengo la intuición de que allí competirá extraordinariamente bien, a pesar de que, en mi opinión, los mejores años de atletismo de Adrián Ben están todavía por llegar, porque es un mediofondista que aún posee un margen de progresión inmenso. Y no quiero hacer pronósticos, porque entre mis escasos dones, e insisto en ello, no están ni el de la clarividencia ni el de la profecía. Pero lo que sí sé es que hará algo grande. Como sé que, desde el otro lado del río, y con los ojos de la eternidad, Castiñeira lo verá competir, y sin duda se emocionará viéndolo. Adrián es de Viveiro, de uno de los puntos más septentrionales de esta Galicia do Norte nuestra que va desde la ría de Ferrol hasta la del Eo. Y el futuro le pertenece.