La Navidad tiene un color y un sabor especiales. Y es el calor de hogar el que alimenta el clima de concordia que se crea en el ambiente y en los encuentros con los que vuelven. La espera de
este tiempo, corto pero intenso, en el que sentiré el amor de quienes vienen a compartirlo, hace que mi navidad comience mucho antes. Cuando noto que miro a la familia, a los amigos, a los vecinos de manera diferente. De modo espontáneo, aparece la sonrisa y los ojos se humedecen. Es cierto que en el corazón se abre la puerta que da paso a la nostalgia de ausencias, que nunca se borrará. Pero el recuerdo vuelve con tanta fuerza que los hace presentes. No quiero edulcorar estas celebraciones. Mi clima navideño está hecho de momentos. Y alguno será para las lágrimas, que riegan el alma y la llenan de paz. Y quiero abrazar a mis lectores y agradecerles el regalo de su tiempo para leerme. Y contarles alguno de mis deseos por si quieren compartirlos: que la Navidad sea un tiempo, que al menos por momentos, calme el dolor de los que sufren. A veces una sonrisa, unas palabras amables, un rato de compañía, etc., son bálsamo que aleja la tristeza y la crispación que, por desgracia, saca a la luz lo peor de cada uno y hace imposible la convivencia entre los que no comparten su ¿credo? político. A pesar de los tozudos intentos por conseguir que la Navidad sea laica, su esencia se mantiene y su estética, contagia.
Y como mensaje que, creo, puede compartirse, les transmito mi radical deseo de que vuelva el respeto a las instituciones, a la ley y al proyecto de una España plural, unida en defensa de la democracia y del legado histórico y cultural.