El ferrocarril

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

CESAR TOIMIL

02 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada día, al pasar junto a la estación de tren de Ferrol —y sobre todo al verla desde los caminos que llevan a Santa Mariña, lugar que como ya dejó escrito el padre Sarmiento es una atalaya desde la que se contempla, ría por medio, uno de los más hermosos paisajes que puede haber en el mundo—, me viene a la memoria, ya ven ustedes, la literatura de Juan Benet, que describió como nadie esa particular atmósfera que rodea —o que rodeaba, más bien, en un tiempo que ya se ha ido—, sobre todo durante la noche, el tránsito de los ferrocarriles. Y sí: pocas cosas hay tan mágicas como los trenes, que a todos nos han regalado horas inolvidables (piénsenlo un instante, por favor, y ya verán cómo lo que digo es cierto), y que por tanto son el escenario de algunos de nuestros mejores recuerdos.

ANGEL MANSO

Pero, más allá de la magia (cualidad todo lo literaria que se quiera, aunque más bien etérea), los trenes son, sobre todo —y a eso iba yo ahora—, útiles. Es más: casi me atrevería a decir que a un país se le puede conocer muy bien por cómo son y cómo funcionan sus ferrocarriles. Y es triste, por no decir algo peor, que Ferrol, que tanto necesita al tren, tenga que seguir padeciendo, a día de hoy, tantas y tan graves carencias en lo que a la conexión ferroviaria respecta. El problema que padece, en lo que atañe al tren, Ferrol —y con Ferrol toda esta Galicia do Norte nuestra que, por una razón o por otra, se ve postergada casi siempre—, es absolutamente injustificable.

(Quienes administran los recursos públicos tienen la obligación de poner fin de inmediato a una carencia que causa graves daños a la economía y que parece querer robarnos el futuro de nuevo).