
Entre los escritores que más admiro brilla con luz propia Luis Mateo Díez, narrador excepcional —y gran devoto de la obra de Gonzalo Torrente Ballester, todo sea dicho de paso— que le ha regalado al mundo un reino nuevo, el de Celama. El autor de Apócrifo del clavel y la espina —libro con el que se dio a conocer en todo el país a finales de los años setenta, y a que a mí me dejó absolutamente maravillado cuando lo leí poco más tarde— es un escritor de una extraordinaria altura. Un autor digno de un Premio Nobel, como lo son también Pierre Michon, Claudio Magris, Lidia Jorge, Jean Echenoz y Antonio Lobo Antunes.

Digo esto porque son varios los amigos que me han preguntado, de nuevo, qué lecturas de verano les recomendaría. Cosa a la que les respondí recordándoles que ni yo soy quién para dar consejos a nadie, ni creo que mi opinión particular tenga interés alguno. Pero que enseguida me ha llevado a sucumbir, de nuevo, a la tentación de hablar de algunos de los escritores que más admiro.

No creo demasiado, y más de una vez lo he dicho, en la literatura que nace para pasar el tiempo. Me interesa bastante más lo que se escribe para que el tiempo no pase. Con la que está cayendo, a mí me parece que, hoy más que nunca, todo verdadero libro ha de ser escrito para trascender, para luchar contra la terrible crueldad de los calendarios, para combatir el olvido. La literatura nos permite vivir mil vidas, en vez de una. Todo verdadero libro —cada cual ha su manera— es, en el fondo, un libro sagrado. Lean, insisto, a Luis Mateo Díez, amigos.