Por supuesto, podría no haber sucedido exactamente así. Pero también el corazón nos dice que entre los siglos V y VI de nuestra era, cuando la gloria de Roma ya solo era un recuerdo, algunos de los celtas cristianos que huían de la persecución de los sajones en las Islas Británicas decidieron no quedarse en la Armórica de Francia —esa a la que hoy todavía llamamos, muy bellamente, Bretaña— y continuaron navegando hasta alcanzar la ría de Ferrol, joya del Gran Puerto de los Ártabros; y con sus obispos errantes al frente comenzaron a asentarse en lugares como O Bertón, o como la Bertoña de A Capela, al mismo tiempo que en territorios antaño señoreados por grandes castros, como los que todavía hoy se llaman Sillobre y Barallobre y Limodre o (algo más allá) Obre y Callobre. Aquellos cristianos del fondo de las edades, los seguidores de Mailoc, fueron quienes trajeron consigo el mensaje de que en los ojos de los vencidos está el rostro de Dios, e hicieron de la Galicia do Norte una Bretaña más, y quién sabe si la Última de Todas las Bretañas Posibles.
El llamado Monasterio Máximo, que durante largo tiempo les sirvió de corazón espiritual, debió de estar en la Bretoña de A Pastoriza, aunque tampoco falta quien sostenga que se encontraba en San Martiño de Mondoñedo...
Pero vayamos por fin al grano, y disculpen que nos salgan ramas siempre. Lo que quería decirles es que la vieja diócesis de Britonia desapareció, efectivamente. Pero que es una de esas diócesis extintas a las que la Santa Sede, para guardar viva su memoria, les nombra, simbólicamente, un obispo. Que en este caso es un prelado polaco, Pawe? Cieslik.