Keny Bardanca, hostelera de Ares jubilada: «Los niños me echan de menos, lloraban cuando dije que iba a cerrar O Bodegón»

A. F. C. / A. U. ARES / LA VOZ

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Keny, delante del local, que da al callejón y al paseo marítimo de Ares
Keny, delante del local, que da al callejón y al paseo marítimo de Ares JOSE PARDO

En septiembre se retiró, tras 18 años al frente de un bar que era «muy familiar»

31 ene 2024 . Actualizado a las 18:06 h.

De pequeña le costaba pronunciar su nombre, Angelina, que en seguida sustituyó por Keny. Y hasta hoy. A Angelina Bardanca López (Ares, 65 años) todos le llaman Keny. Con veintipocos años montó una floristería, la primera que abría en la localidad aresana. «Funcionó muy bien, pero era mucho trabajo. Fui la que inicié a los chicos para entrar a comprar flores, lo veían como cosa de mujeres y les daba un poco de vergüenza. La verdad es que tenía bastante clientela, pero con dos hijos... era demasiado y acabé cerrándola», recuerda.

Aparcó la vida laboral durante un tiempo, hasta que se divorció: «Pedían un ayudante de cocina en O Bodegón y me cogieron. Nunca había trabajado en un bar, pero me considero una persona trabajadora y para rendir en un puesto tienes que hacerlo como si fuera algo tuyo». La estrategia resultó. A Keny no le gustaba nada la cocina y tardó poco en plantearle a su jefe, junto a otro camarero, que la terraza necesitaba un empujón. En aquel momento, para servir una mesa en el exterior «había que dar toda la vuelta al bar, era cansino» y el personal procuraba evitarlo. Ella se empeñó en salir y la clientela respondió bien. Al año, su jefe dejó el negocio y esta emprendedora tomó el relevo.

«Fue todo de la noche a la mañana... al principio era reacia, pero qué iba a hacer. Hice un arreglo total, invertí mis ahorros en el bar, cambié la cocina, reformé el comedor... y alquilé el local de la peluquería [anexo] para poder ampliar (solo los dividía un tabique y lo tiré) y así conseguí acceso directo a la terraza, que da al muelle. Era cómodo, práctico y permitía dar un buen servicio a las mesas de fuera, y se notó», repasa. O Bodegón «es uno de los mejores locales de Ares, da al callejón de la parte de atrás, donde hay aparcamiento, y al paseo».

Con ella al frente, se diversificó la oferta gastronómica del establecimiento. Mantuvo la pizzería, la hamburguesería y el servicio de bocadillos, e incorporó los platos combinados, «económicos, para que estuvieran al alcance de todos, porque la economía lleva años siendo un desastre». Y Keny quería que «la gente pudiera permitirse ir a comer fuera un domingo». El negocio prosperó. «Siempre tuve suerte con el personal, sin problemas para encontrar gente. Los tenía a jornada completa, con los salarios que correspondían y si hacían más horas se las compensaba... yo no era la jefa, sino una trabajadora más, si tenía que fregar fregaba, si tenía que rellenar, rellenaba. Era muy familiar, había muy buen rollo entre el equipo y muy buena coordinación. Todos estábamos a una, siempre procuré crear un buen ambiente, había mucha confianza», destaca.

Grandes y pequeños la añoran

Pero la familia laboral de esta hostelera que se jubiló en septiembre, antes de cumplir los 65, por problemas de salud, era más amplia: «La clientela ya casi era más familia que clientes... hice muchas amistades, consentía que los niños entraran, corretearan... siempre con educación; y si hacían una travesura hablaba con ellos, no pueden estar sentados como estatuas». Aún hoy la ven por la calle y van corriendo a abrazarla. «Me echan de menos, algunos lloraban cuando les dije que iba a cerrar, una niña de cinco años se enfadó... Vas recogiendo lo que sembraste», concluye.

Ella también los añora. «Cuando el bar estaba lleno de niños era feliz, tenía que haber puesto una guardería», ríe. «¡Cuántos bocatas me he tomado en O Bodegón!», comentaba hace unos días un cliente habitual. «Si salgo a la calle no llego a casa nunca... me van parando todos. Eso te enorgullece, es un agradecimiento mutuo. Gracias a ellos estuve allí 18 años, y el cariño diario que vas recibiendo de la gente no se paga con dinero, las amistades son muy importantes», recalca.

Era frecuente verla sentada en la terraza, charlando: «Hacía que unos charlaran con los otros, los metía en la conversación, nos reíamos juntos, llegaba alguien con una guitarra y todos nos poníamos a cantar...». Desde que se retiró ha salido poco, por los achaques, pero pronto retomará las caminatas. «Aún no sé qué voy a hacer —confiesa—, soy una persona con mucha energía, tengo que buscar alguna actividad... Tengo 65, pero como si tuviera 40 [risas]. Mis hijos son lo más grande que tengo».

Espera que O Bodegón, que montó hace medio siglo «la señora Chola, que ya falleció», reabra —«tiene muchas novias, es muy buen local»— y sostiene que el secreto para sacar adelante un negocio «es formar un buen equipo». En el trabajo, como en la vida, dice, «hay que transmitir positividad y alegría». «¿Qué ganas llorando por las esquinas? Problemas los tenemos todos, y siempre hay que tirar adelante».