Cabanas, «mon amour»: el veraneo más adictivo

ANA F. CUBA CABANAS / LA VOZ

CABANAS

Maruxa Rico junto a sus hijas, Cristina y Begoña, en el arenal de Cabanas
Maruxa Rico junto a sus hijas, Cristina y Begoña, en el arenal de Cabanas JOSE PARDO

El Club Marítimo La Penela, fundado en 1969, con 2.200 socios, aglutina a varias generaciones en torno a la playa de A Madalena

22 ago 2025 . Actualizado a las 16:23 h.

Veranean en Cabanas desde hace varias décadas, algunos desde toda la vida, y por nada del mundo renunciarían a encontrarse, cada año, con otros «adictos» a esta localidad, con el Club Marítimo La Penela como punto de encuentro y seña de identidad. Tres ferrolanos de distintas generaciones cuentan cómo es su verano en la playa de A Madalena.

Maruxa Rico, farmacéutica jubilada: «No me pierdo ni una fiesta, lo disfruto a tope»

En julio cumplió 84 años, pero nadie diría que es «muy mayor», como repite ella. Maruxa Rico y su marido, el también ferrolano Juan Romero, que falleció hace 13 años, veraneaban en Valdoviño, donde esta farmacéutica jubilada tenía su botica (ahora en manos de uno de sus nietos, tras pasar por las de una de sus hijas). «Pero él me trajo para aquí y quedé encantada. Ya teníamos tres niños y él dijo: ‘Vámonos a Cabanas', y primero compramos un apartamento (un quinto sin ascensor que nos costó tres millones y medio de pesetas), y luego una casa, donde vivo ahora (durante al menos cuatro meses al año), vimos que se vendía, tenía mucho terreno y estaba muy bien situada, nos decidimos y luego la arreglamos (llevaba años cerrada)», relata.

Ya tiene bisnietos, que han heredado su amor por esta localidad, igual que antes sus hijas y sus nietos. «Nos juntamos veinte o veintidós para comer, de cuatro generaciones, pero yo no cocino (no me gusta, no tengo paciencia)», confiesa. Cuando estaba en activo en la farmacia de Valdoviño, ya se escapaba con toda la familia durante tres meses, yendo y viniendo —«por atajos... me gusta mucho conducir, aún hoy; si me quitan el coche me quedo coja. Mis hermanas son más jóvenes y ya lo han dejado»—, incluso los primeros días del curso —«llevábamos y traíamos a los niños al colegio»—.

Sus días, en verano, empiezan en la playa: «Hasta las dos, cuando me voy a tomar la cañita y el aperitivo, todo en el Club [Marítimo La Penela], mis hijas ya me dicen que me tienen que poner una cama allí [risas]. Por la tarde tenemos partidas de Continental [con barajas de póker], en la playa jugamos a las siete y media, y por las noches, cuando hay fiesta no me pierdo ni una, lo disfruto a tope, bailo hasta las dos de la mañana».

«Me encantaba mi profesión»

A Maruxa no se le resiste nada, ni el kayak, aunque sus hijas insisten en que «baje un poco el ritmo», pero le sobra energía y ganas de divertirse. «Aquí he hecho montones de amistades. Hace poco vinieron unas invitadas y me decían: ‘¿Hay alguien a quien no conozcas?'». Todo el mundo identifica a esta mujer locuaz, desde el panadero a los cocineros o los camareros. Presume de bronceado pero no deja de repetir que hay que protegerse del sol —«me doy crema cada media hora y cuando veo a alguien colorado le dijo que no siga al sol»—, como si de algún modo continuase tras el mostrador de la botica —«me encantaba mi profesión, hablar con la gente... sobre todo en el medio rural, donde entonces tenías que asesorar sobre casi todo, incluso en la alimentación de un bebé, teníamos un papel muy importante. Estuve al pie del cañón siempre»—. Aprovechó al máximo la vida laboral, que alargó hasta los 70 años, y ahora exprime como nadie la jubilación, muy activa.

El club La Penela es su lugar de referencia fuera del arenal y no falta ni a una de las celebraciones que organiza. «Suelo ir a las cenas con un grupo de ocho, y con el postre todas se van a casa y yo me quedo, y me voy con otra pandilla, en otra mesa. Y cuando voy a tomar el aperitivo, si no hay mesa libre, me sumo a una o a otra. Todos son amigos, de Madrid (muchísimos, en la playa se oye más acento madrileño que gallego), Extremadura... de todas partes», subraya. De ahí su enamoramiento con Cabanas, por ese ambiente de «camaradería» y esa «gran familia» que forman los veraneantes de toda la vida.

«Septiembre es gloria bendita»

En 45 años de relación incondicional con este pueblo de la comarca del Eume, Maruxa asegura que «no ha habido grandes cambios, salvo el botellón y que cada vez viene más gente, los domingos ya no se puede bajar a la playa, es horroroso, y resulta muy difícil encontrar sitio para comer o cenar». Está deseando que llegue septiembre, «cuando se van muchos y empiezan las Peras, en Pontedeume, eso es la gloria bendita». En junio «fue una maravilla». Recuerda un día por el arenal, solo ella y su hija, que cantaba «la playa estaba desierta...». Pese a su carácter sociable, reconoce entre risas que comparte un dicho que repite una amiga: «Qué alegría cuando vienen (los hijos y el resto de la familia) y qué alegría cuando se van». Las despedidas de Cabanas son temporales.

Durante el año, regresa «de vez en cuando, cuando va el jardinero...». «Si me dijeran que tengo que quedarme un verano en Ferrol me da un ataque, no imagino los veranos lejos de Cabanas», repite, aunque le moleste un poco la saturación de coches en el entorno de la playa, en agosto. «Casas hay las mismas, casi, porque no se puede edificar más, y los que vienen, como unos invitados nuestros de Grecia, quieren volver, han reservado hotel para el año que viene, Cabanas atrapa».

De izquierda a derecha, Cayetana, Daniel (Alvariño Heras), su mujer, Ana, y sus otros tres hijos, Lola, Cristóbal y Juan
De izquierda a derecha, Cayetana, Daniel (Alvariño Heras), su mujer, Ana, y sus otros tres hijos, Lola, Cristóbal y Juan

Daniel Alvariño Heras, abogado: «Esto es la octava maravilla»

Su padre fue uno de los fundadores del Club Marítimo La Penela. Daniel Alvariño Heras cumple el 21 de agosto 62 años y lleva 61 veranos en Cabanas. «Al principio iban de alquiler. Después, mis abuelos paternos compraron un apartamento (como inversión) y cuando yo tenía ocho o nueve años, mis padres compraron un chalé. Con el tiempo nos cambiamos a otros sitios y ahora [mi mujer, mis cuatro hijos y yo] estamos en la urbanización Atalaya», repasa este abogado ferrolano.

Celebra que «el crecimiento de Cabanas no haya sido exagerado», a diferencia de lo ocurrido, por ejemplo, en Sanxenxo, «con esas torres». «Aquí hay dos o tres edificios de apartamentos y el resto son pequeñas urbanizaciones de adosados y chalés [...]. Se mantiene la esencia del veraneo familiar, nos conocemos todos», abunda. «Aquí hay muchos niños pequeños y gente joven, es la octava maravilla del mundo. Mis hijos no querrían ir a veranear a otro sitio [...]. Tiene un encanto especial y está pegado a Pontedeume (el pueblo, como le llamamos nosotros), que tiene todos los servicios (piscina, supermercados...) y conserva bastante bien el centro histórico», incide. Daniel no solo conoce la zona en vacaciones, sino que su mujer y él vivieron en Cabanas sus primeros diez años de casados: «Cuando nació el tercer niño ya era un poco incómodo tener que llevarlos a todos a Ferrol y nos mudamos».

Por su profesión, reconoce que no puede «desconectar un mes entero». Los días que sí logra esquivar el bufete le gusta tomar un café matinal en Pontedeume, «en la taberna El Pescador, en el Stollen...». «Después hago las compras en el mercado, vuelvo andando y me preparo para ir a la playa, en la zona de La Penela, el centro neurálgico, con el bar, el restaurante, los chiringuitos (lo bueno de A Madalena es que tiene cinco o seis que funcionan perfectamente, rehabilitados... es un lujo), el Labora...», describe.

Procura no perderse la puesta de sol, en especial «esos días que hay una temperatura increíble». Algunos amigos salen en barco hasta Sada o Redes, e incluso a Lorbé «a tomar mejillones», con apoyo del club, que les proporciona servicio de botero, para acercarse a la lancha fondeada. Daniel se resiste: «Mis hijos quieren que compre un barco, pero sé que será foco de conflictos [risas]». Ni sus hijas, de 25 y 22 años, ni sus hijos, de 19 y 12, conciben «otro verano que no sea en Cabanas», y cuando sus padres se empeñaban en ir a Mallorca, «tenía que ser al final del verano, nunca entre el 25 de julio y el 20 de agosto». Pasan más de dos meses en su segunda residencia, del 4 de julio al 10 o 12 de septiembre, y este año se plantean desplazarse en Navidad.

De los cambios de estos años, Daniel apunta la subida de los precios de la vivienda: «Hoy está siete u ocho veces más cara que cuando compramos [...]. Las 30 o 40 familias primeras que empezaron a venir siguen aquí y ahora los hijos van heredando las casas [...]. La gente compra porque quiere venir y si no compras corres el riesgo de no poder venir, porque la oferta hotelera es escasa y hay vivienda de uso turístico, pero tampoco muchísima».

Lamenta que «cada vez queden menos árboles y más asfalto; con diez años te soltaban en el pinar y no veías el agua... a ver si se dedican a repoblar». Y se alegra de vivir en Ferrol «y poder extender el verano». «El que se tiene que ir el 18 o el 30 de agosto, es una hundida total —sostiene—. Una prima se va a Madrid llorando hasta Piedrafita... ¡no vas a volver hasta dentro de un año!». Asegura que su generación «tiene la idea de pasar en Cabanas la mayor parte del tiempo, cuando se jubile, se come bien y barato, el clima es benigno...».

Rita Alonso Allegue, en la playa de A Madalena, su sitio preferido en el mundo
Rita Alonso Allegue, en la playa de A Madalena, su sitio preferido en el mundo JOSE PARDO

Rita Alonso Allegue, profesora: «Estar aquí es lo que más quiero en esta vida»

Nació el 15 de mayo de 2001 y el 18 «ya estaba dando paseos en carrito por Cabanas». Rita Alonso Allegue, ferrolana de 24 años, lleva toda la vida veraneando en A Madalena y no entiende otras vacaciones. «Mis abuelos ya venían aquí desde que mi madre era muy pequeña, y siguen, aquí está la casa familiar, donde nos juntamos con los primos, vamos a la piscina... y nosotros ya vamos al piso que compraron mis padres», relata esta profesora, que da clases en colegio de la ciudad naval. «Desde pequeña vas haciendo tu pandilla y tus amigos, y la ilusión de todo el año es que al fin vamos a vernos y pasarlo fenomenal en la playa. Todo el invierno estás haciendo un montón de planes, qué hacer. Cada uno tenemos nuestra pandilla, pero todos somos jóvenes y al final acabamos saliendo juntos de fiesta a Pontedeume, a las discotecas o de bar en bar», cuenta.

El club es «el sitio de quedar». «Sales de casa a ver quién hay y siempre va a haber alguien, y como todos nos conocemos, te sientas con unos o con otros, hablas con todos, conoces a los padres, los abuelos, los hermanos pequeños y los mayores, es súper divertido y te hace sentir súper segura y protegida», subraya.

Así desde pequeña, cuando ella y sus amigas hacían carreras de bicis «para ir a comprar patatas a Pepucha y comerlas en el parque». También se escapaban hasta las escaleras del final de la playa: «Había una cuerda en un árbol y nos tirábamos al agua, aquello era lo más; íbamos andando o en kayak... era divertidísimo». Ahora, nada le gusta tanto como quedar con sus amigos y con su familia «para tomar una cerveza en el club o en cualquier chiringuito».

«Comentamos qué tal el año, porque todos estamos empezando a trabajar, y nos pasamos horas hablando —prosigue—. Nuestro punto de encuentro es agosto, el resto del año no nos vemos». En su pandilla son cuatro gallegos y veintitantos madrileños, andaluces... «Con los gallegos sí que quedamos mucho, pero con el resto nos llamamos y nos escribimos, pero el incentivo para estudiar y trabajar es pensar en el verano en Cabanas y qué bien lo vamos a pasar», remarca. Es la mejor terapia frente a los bajones de ánimo.

A su novio, zamorano, «le encanta... ir en barco, hacer kayak, las playas... alucina». «Aquí hay muchos planes posibles, ir en bici a las Fragas do Eume... o sentarte en un banco del paseo a comer pipas toda la tarde», ríe. Y cuando sus amigos «del invierno» viajan a otros lados en verano, ella les pide «que manden muchísimas fotos». «Pero no siento que me haya perdido nada —asegura—, porque estoy viviendo mi mejor vida, estar aquí es lo que más quiero en esta vida [...], así todos los años de mi vida».

Bárbara Pérez-Lorente es la primera mujer que preside el Club Marítimo La Penela en su medio siglo de historia
Bárbara Pérez-Lorente es la primera mujer que preside el Club Marítimo La Penela en su medio siglo de historia JOSE PARDO

Bárbara Pérez-Lorente, presidenta del Club Marítimo La Penela: «Hay 2.200 socios y lista de espera para entrar»

En junio de 1969, un grupo de veraneantes de Cabanas crearon el Club Marítimo La Penela, una idea que surgió de las tertulias del «grupo de los padres». En la web de la entidad destacan el papel de Emilio Lama, «relacionado con el mundo inmobiliario y de la construcción, y enamorado de Cabanas». Tras aprobar los primeros estatutos, adquirieron los terrenos y se ejecutaron las obras. El primer presidente fue Francisco López Contreras, notario madrileño, y en 1973 se inauguró «este lugar de reunión», como lo define Bárbara Pérez-Lorente (Ferrol, 1983), la primera mujer al frente del club en estos más de 50 años. «Si no tuviéramos el club no sé qué sería de nosotros, somos como una familia, nos conocemos todos y nos queremos», remarca entre risas.

La Penela cuenta con 900 socios de número y unos 2.200 en total (con cónyuges e hijos de menos de 27 años, edad a la que pasar a ser de número), y lista de espera para entrar. «Empezó siendo un club de diez familias, y ahora no podemos coger a nadie más porque no cabemos, es el que es y no podemos ampliarlo por ningún lado», señala Pérez-Lorente, que veranea con su familia a pocos metros del edificio, a pie de playa (igual que sus padres y antes sus abuelos). Abre de junio a octubre, aunque ahora «como mucha gente socia se ha jubilado y tiene su vivienda principal en Cabanas, se abre los fines de semana del invierno», con un restaurante, de gestión externa —«funciona muy bien»—, exclusivo para socios (o invitados que acudan con alguno de ellos), como todas las actividades que ofrece el club.

«Somos 50 % madrileños, 50 % gallegos, pero todos originarios de aquí», precisa. El club les da «todos los servicios, tranquilidad, comodidad...». Enumera la oferta deportiva y de ocio de la temporada estival : escuela de vela y de tenis, entrenador personal, clases de yoga, campamento infantil, música en directo en la terraza (los jueves), cenas de pandillas, baile de disfraces, cenas-baile (todos los sábados)... Pérez-Lorente reconoce que existe una imagen elitista de La Penela —«nos llaman los penelos»—, pero insiste en que no es así: «Somos vecinos, vamos a los chiringuitos, salimos a Pontedeume... Cuando vienen amigos de fuera les parece curioso que en el club se junte gente joven, niños, mayores, como una boda... Es así, cada uno tenemos nuestra pandilla por edades y los pequeños se llaman ‘los del 2000' o ‘los del 2002', se hacen camisetas...». Recalca que a todos les costaría pasar un verano sin el club, ese lugar en el que todos, sin excepción, se sienten como en casa.