Rubén López: «No soy el típico zapatero de antes, ahora hay que hacer un poquito de todo»

BLANC TROCA / A.U. FERROL / LA VOZ

FERROL CIUDAD

SANTIAGO PÉREZ

Hace catorce años tomó las riendas de Reparaciones Castro, donde se formó codo a codo con el antiguo dueño y aprendió un oficio que ha sabido adaptar a los tiempos

17 jul 2023 . Actualizado a las 17:29 h.

Rubén López todavía no ha terminado de levantar la reja de su negocio en la calle Catalunya cuando llegan sus primeros clientes. Estos solo tienen que esperar unos segundos antes de que él se sitúe al otro lado del mostrador, listo para despachar el calzado ya arreglado que le pida cada uno; en ese mismo mostrador, pero del lado que no pueden ver aquellos que entran en el local, cientos de zapatos reposan en baldas de madera a la espera de ser reparados, o recogidos por sus dueños. Sin embargo, la demanda de este servicio se ha transformado: «Estos dos clientes que vinieron traían zapatos buenos. Los de plástico de ahora no se traen a arreglar», comenta Rubén. Para muchas personas, resulta más cómodo comprar un par nuevo antes que llevarlo a reparar.

En el taller del local conviven varias máquinas y mesas de trabajo, repletas de las herramientas habituales de un zapatero, pero también de instrumentos para copiar llaves y hacer arreglos de distinta índole. Por si el nombre del establecimiento dejaba lugar a dudas, en Reparaciones Castro hace tiempo que no se trabaja solo con zapatos: «La verdad es que hoy tienes que hacer un poquito de todo. Ya no soy el típico zapatero de antes».

Hace casi catorce años Rubén López le tomaba el relevo al propietario anterior, un zapatero más al uso; en aquel entonces el negocio llevaba funcionando cerca de tres décadas y Rubén trabajaba en el naval. «La crisis», dice, fue lo que le llevó a probar suerte en un nuevo oficio. «Yo partí de cero, venía por la tardes y los sábados a puerta cerrada. El dueño me enseñó», recuerda.

Como zapatero, ha tratado de ampliar más aún sus servicios, para alargar lo máximo posible la vida útil del calzado con el que trabaja: muestra como une una bota a un nuevo «fondo completo», o una suela, para quienes no practican el oficio. Por lo general, cuando un cliente le trae un encargo suele tenerlo listo al día siguiente, pero para trabajos como este el proceso se alarga un poco más, siempre en beneficio del producto: «La suela nueva tiene que encajar perfecta, tengo que encargarlas primero y luego ir pasándolas por la máquinas: se vulcanizan, se les da calor para que pegue bien...».

Otra clienta llega al establecimiento: viene a recoger un arnés de perro —parece ser que tiene unos cachorros en casa que lo mordisquean en cuanto lo ven— y se lo lleva como nuevo por algo menos de lo que cuesta tomarse un café en una terraza. Rubén repasa una lista mental de reparaciones pendientes: sustituir piezas y tornillos de una maleta, coserle un plástico a las cortinas de una caravana, o incluso cambiarle la cremallera a una mochila. Al final del día, se hace caja también con la venta de alguna cartera o un paquete de pilas, la reparación de un mando... y admite que no le va mal. «Fueron tiempos peores cuando la pandemia. Claro, la gente no salía. En un año y algo volvió a ir bien».

Al preguntarle por otros zapateros de la ciudad, los negocios que han cerrado desde que él está aquí superan a aquellos que sabe o cree recordar que siguen abiertos «En Canido había uno y ya cerró. Y en Santa Cecilia, en A Gándara... El de Carrefour también. Cuando yo empecé había dos en Caranza: ahora solo queda uno de esos».

El clásico que nunca muere

El zapatero y manitas destaca que las plantillas siempre han sido uno de sus productos más demandados, por gente de todas las edades y cada vez con más tendencia a buscar la calidad: «Los chicos jóvenes miran buenas plantillas para sus tenis, y la gente mayor tipo acolchadas, cómodas».