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Esther Rivera, la catalana que abre camino al japonés en Ferrol: «Nunca tuve tantos alumnos como ahora»

BEATRIZ ANTÓN FERROL / LA VOZ

FERROL CIUDAD

Esther Rivera, en una foto tomada este lunes en el aula del centro cívico de Canido
Esther Rivera, en una foto tomada este lunes en el aula del centro cívico de Canido KIKO DELGADO

Junto a su marido, Akihiro Kawahara,  aterrizó en el barrio de Canido en el 2018 y ya no se quiso marchar: «Tokio me gusta mucho, pero aquí me siento como en casa»

18 mar 2025 . Actualizado a las 15:55 h.

¿Qué hacen una catalana de Lliçà d’Amunt y un japonés de Tokio en el barrio de Canido de Ferrol? «Pues vivir felices porque aquí todo el mundo nos cuida, desde que llegamos no paramos de trabajar y sentimos que este lugar está hecho para nosotros. Mudarnos a Canido fue la mejor decisión de nuestras vidas», contesta Esther sentada a la mesa del Kimuri, una cafetería que sirve mochis, dorayakis y otros dulces japoneses en la calle de A Coruña.

Aunque nacida en Cataluña, Esther siempre estuvo muy ligada a Ferrol, porque su padre era de Valdoviño, y su abuelo, operario de Bazán, vivió muchos años en Canido, a un tiro de piedra del lugar en el que ahora ella cuenta su historia. «Desde niña siempre veraneamos en Valdoviño, y ya de jovencita, me venía yo sola para pasar también la Semana Santa en casa de mi abuelo», rememora. Él ya murió, pero ella quiso acompañarlo en sus últimos días y esa fue la razón por la que en febrero del 2018 decidió establecerse en el barrio de Las Meninas junto a su marido, Akihiro Kawahara, un matemático de Tokio al que conoció por Internet. «Yo estaba estudiando japonés en Cataluña y nos hicimos pen pal para practicar el idioma. Él vino a Cataluña para conocerme, después fui yo a Japón... Y en el 2015 nos casamos», cuenta Esther, quien junto a su marido vivió dos años y medio en Tokio.

KIKO DELGADO

Después regresaron a Lliçà d’Amunt, pero al poco tiempo pusieron rumbo a Canido, donde ella todavía pudo disfrutar de la compañía de su abuelo Andrés durante un año y medio, mientras se convertía en pionera de la enseñanza del japonés en la urbe naval, primero dando solo clases virtuales, y desde octubre del 2018 también con clases presenciales en el centro cívico del barrio alto. «Comencé con un grupo y ahora ya tengo cuatro. Nunca tuve tantos alumnos como ahora», comenta la profesora, que además de estas sesiones presenciales también sigue con las clases por Internet. «Tengo todas las tardes ocupadas y mi marido también da clases particulares on line», explica mientras muestra en su móvil su Instagram, Aula Japón Shizuku, donde ambos van informando de horarios y actividades para el alumnado.

 
 
 
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«A las clases del centro cívico viene gente de Ferrol y de otros municipios de la comarca, pero en las clases virtuales tenemos a alumnos de toda Galicia», explica Esther, que suele derivar a los alumnos más aventajados a su marido, Akihiro, cuando adquieren un determinado nivel.

Según detalla la profesora, el certificado oficial que acredita el dominio de la lengua japonesa se llama Noken y contempla un total de cinco niveles: N1, N2, N3, N4 y N5. «N5 es el nivel elemental y de ahí va subiendo hasta el N1, que es el más avanzado. En el centro cívico tengo un grupo de iniciación (más bajo que el elemental), dos de N5 y uno de N4», anota Esther.

Al preguntarle si es muy difícil, responde con un sorprendente «sí y no». «La escritura es muy complicada, porque los japoneses tienen tres alfabetos, y uno de ellos, el kanji, es de ideogramas. Pero la ortografía es muy sencilla y lo mismo ocurre con la pronunciación. Los españoles hablamos muy bien japonés porque, excepto la h aspirada, los sonidos son los mismos», aclara Esther, al tiempo que asegura que resulta totalmente «factible» aprender la lengua nipona.

Entre sus alumnos hay adultos que asisten a clase por el puro placer de aprender, pero también ingenieros, informáticos... Y jóvenes apasionados por los videojuegos, el manga y el anime como Iris Gutiérrez, la dueña de la cafetería Kimuri. A ella, como a otros muchos, las clases de Esther la engancharon por lo exótico del idioma y su forma de enseñar. «Intento que las clases sean divertidas y amenas, porque la gente viene aprender japonés por placer, en sus horas libres, y el tiempo de ocio es sagrado. Por eso mi objetivo es que la hora de mi clase sea también la mejor hora de su semana», concluye la profesora.