Narón tuvo alcaldes que trabajaron y dialogaron con toda normalidad con las autoridades y con sus vecinos. Conscientes de sus derechos y deberes, fueron llevando a su gente a ámbitos de progreso y los resultados están a la vista, en su polígono industrial. Hoy Narón dejó de ser aquel lugar donde los chavales jugaban en los descampados, con el río Inxerto lleno de mosquitos. Tampoco es un apéndice de la carretera de Castilla, que llevaba a veranear en el Alto del Castaño a los señoritos de Ferrol, que tenían coche propio, o bici-tándem, y unos pocos a veces subían al tranvía.
Abierto el melón de sus posibilidades y con la cordura de sus políticos, Narón tiene mucho que ofrecer como punto de referencia industrial, acercándose de forma inteligente a los forasteros, ofreciendo sus buenas comunicaciones que facilitaron su crecimiento urbano, y con parada obligatoria en el Monasterio de San Martiño, un cenobio cisterciense.
Primero fue un alcalde galleguista, allá por el año 1978, Martínez Aneiros, un hombre muy serio que había sido sacerdote, y pronto puso patas arriba aquel mal uso que se hacía del pueblo. Comenzó induciendo a los naroneses una condescendencia pedagógica sobre la nueva situación, sobre los tiempos que habían cambiado a mejor, su seriedad constituía uno de los pilares de su código de valores éticos y morales. Una calle de O Val lleva su nombre. Le sucedió Juan Gato, banalidad, procedía del sindicalismo, se postuló a alcalde, durante 23 años, hasta que le llegó la fatiga por el trabajo desarrollado, desde el paseo marítimo hasta el nuevo edificio del Ayuntamento, colocándolo en una posición geográfica central del municipio. Creó Aldea Nova, un parque temático para disfrutar de la naturaleza y colaboró con su ayuda al pimiento de Narón, muy atractivo en el país, por su color y buen gusto.
Pasó el relevo a su primer teniente de alcalde, José Manuel Blanco, que siguió sus pasos, aunque en principio su mundo era gris, de cartilla de racionamiento, era mandón y buen organizador y acabó imponiéndose en el oficio.
Olvidó a quienes no debió olvidar, se enfrentó a la corporación ferrolana, y en ocasiones tuvo actitud feroz con la Xunta en asuntos públicos importantes como la sanidad y la educación.
Pasó el relevo a Marián Ferreiro, que no le cogió de sorpresa la gestión y su labor tiene a todo el mundo contento.