Las Palomas, en Espasante, cumple medio siglo: «Siempre funcionó bien»

ana f. cuba ORTIGUEIRA / LA VOZ

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Loli, justo debajo del número 50, junto a su madre, su marido, su hija (izquierda), su hijo, su nuera y su nieta, Lúa, de seis meses
Loli, justo debajo del número 50, junto a su madre, su marido, su hija (izquierda), su hijo, su nuera y su nieta, Lúa, de seis meses

Chano y Silita levantaron el local que ahora gestionan su hija, Loli, y sus nietos, Sara y Jesús

07 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Chano y Silita abrieron Las Palomas hace medio siglo. Feliciano Vázquez Martínez se inició en un pesquero y luego se hizo motorista, pero su mujer, Silita Ramos Bouza, costurera, no soportaba las ausencias en el mar y acabaron emigrando a Suiza cuando su única hija, Loli, que se quedó en Espasante (Ortigueira) con sus abuelos, tenía 14 meses. Nueve años después regresaron y construyeron el bar y restaurante y dos viviendas, el origen del actual hostal. «Mi padre pasó del mar a la cocina de un restaurante suizo y se convirtió en muy buen cocinero», cuenta la segunda de esta saga de hosteleros, que ya va por la tercera generación.

Las Palomas es el segundo alojamiento más veterano de Espasante, después de Orillamar. «Aquí trabajaban todos, mis padres, mis abuelos, una tía, empleados (internos)... ya había muchos extranjeros, franceses, estaba la colonia de los alemanes... Siempre funcionó bien», explica Loli. «Quienes hayan conocido a Chano [falleció en 2019] y Silita [tiene 88 años] sabrán que no sabían parar ni decir que no, que ella hacía unos tomates rellenos y un salpicón de bogavante dignos de recordar, y que él convertía en un manjar todo lo que pasaba por sus enormes manos. Sabrán que ella fue una adelantada a su época y que él siempre tenía una sonrisa en la cara». Así se recoge en el diario que se encuentran los huéspedes en las habitaciones, una invitación a que relaten sus propios recuerdos y vivencias en Las Palomas o fuera.

Loli confiesa que percibió más la ausencia de sus padres desde que retornaron —«siempre estaban trabajando»— y no tardó en sumarse a aquel equipo incansable liderado por Chano y Silita. Dejó los estudios de Farmacia, en Santiago, a raíz del nacimiento de sus hijos, Sara, de 40 años, y Jesús, de 32. En verano, ella (todo el tiempo) y su marido, Jesús Barro, durante quince días de vacaciones, reforzaban la plantilla del negocio familiar. Hasta que en 2007 se dispuso a coger las riendas y reformó el edificio entero. «Mis padres ya eran mayores y qué podíamos hacer, alquilar, traspasar, cerrar... me decidí a seguir por gratitud (por todo lo que habían hecho) y por identidad... yo soy Loli de Las Palomas, igual que mis hijos», relata.

Con lo que no contaba era con que su hijo se decantara por estudiar Hostelería. Trató de disuadirle, sin éxito, por la dureza del oficio —«es muy difícil conciliar, trabajas cuando los demás se divierten»—, y tras un periplo por distintas ciudades, que acabó en Irlanda, se ha integrado en el día a día de Las Palomas junto a su mujer. Su hermana, bióloga, lo hizo algo antes, casi sin querer. Y su padre, Jesús Barro, ya jubilado, es el encargado oficioso del mantenimiento. Silita, que confeccionó las cortinas, las colchas o los manteles del establecimiento, y que hasta hace poco manejaba la plancha de prensa que había traído de Suiza, sigue echando una mano, ahora en la cocina, pelando las patatas.

Loli transformó el negocio sin perder la esencia (como las partidas). Un grupo de catalanes acude cada año desde 1975 y otro de madrileños lleva 45 años visitando y alojándose en Las Palomas. Con la pandemia y la incorporación de Sara y Jesús reorganizaron turnos, ampliaron libranzas y vacaciones. «Ha habido una evolución grande, desde que era pequeña y me sentía abandonada (por padres y abuelos, porque todos estaban trabajando aquí) hasta ahora, que me cuesta horrores cerrar un día a la semana, porque me da la impresión de que abandono a los clientes», confiesa. Pero reconoce que desde que descansa los lunes «todo está mejor, el trabajo y la familia». E insiste, precavida, en que su nieta, Lúa, de seis meses, «no puede tener la presión de continuar».