Tuvieron suerte las extintas cajas de ahorros de que España no sea EEUU. Porque aquí, al depositar unos ahorros, te dan una vajilla o un juego de toallas. Pero allí te dan un Colt, una Smith and Wesson o un AK-47.
La matanza de Connecticut, la pasada semana, nos recordó que en Estados Unidos hay 88 armas de fuego por cada cien personas. Y que, en los cuatro días que siguieron a la masacre se vendieron un 41% más pistolas que en los cuatro anteriores. Al abrigo de la segunda enmienda, que define a sus ciudadanos como una «milicia bien armada», conseguir una «pipa» en Nueva York es más fácil que abrir una cuenta bancaria, con la ventaja de que, si buscas una buena oferta, puedes hacer a un tiempo ambas cosas.
Claro que no es lo mismo comprar preferentes y volver a casa con una cubertería que con una ametralladora. Y gracias a ello nuestros banqueros pueden dormir más tranquilos. Vive uno más feliz negándole a la gente su propio dinero si sabes que, como mucho, en un arrebato, te va a tirar a la cara las cucharillas de postre.
Bien distinto sería que los 70.000 gallegos estafados hubieran sido agasajados con un arsenal de subfusiles de asalto.
En cualquier caso, hay que celebrar el civismo de los miles de víctimas gallegas de este atropello. Las quejas no pasan de pacíficas concentraciones y algún encierro en cajeros automáticos, donde ya van cogiendo sitio, porque, en unos años, acabaremos todos durmiendo en ellos.
Por fortuna para nuestros banqueros, ellos regalaban televisores y platos soperos. Estoy seguro de que, si hubieran dado fusiles Kalashikov, no se comportarían ahora con tanto descaro, mientras marean a los estafados. A quienes solo les queda volver a casa y llorar sobre el juego de toallas.
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